miércoles, 4 de enero de 2012

La tundra

Los nativos de estos lugares dicen que hay un estrecho de Tundra justo al norte de aquí, el cual es habitado por espíritus benevolentes. Estos espíritus otorgan percepción y advertencia a los viajeros que llegan en la noche, una vez que el sol se ha desvanecido por completo y ha dejado al mundo  en la obscuridad.

Maneje en medio de la enorme envergadura de hielo y espere, esperando ver aunque sea una pequeña mirada de lo que fuera que esta gente adoraba. Ellos envían a sus niños a esta Tundra, envueltos de pieles de animales para evitar que se congelen cuando cumplen 15 años, para buscar una audiencia con estos espíritus. Una vez que los niños  han hecho esto, ellos corren a casa con sus padres para compartir s experiencia.


 Parejas comprometidas visitan esta Tundra antes de su boda. Todo el pueblo se queda en vela toda la noche hasta su retorno, ya al regresar, la pareja decidirá si continuaran con su matrimonio, o deciden abandonarlo. Los más ancianos, visitan la Tundra cuando se encuentran muy enfermos, normalmente empeorando su condición al permanecer toda la noche allí. Cuando regresan, sin  embargo, la mayoría de las veces regresan con aire de serenidad.

Así que espere, curioso de ver que clase de fenómeno puede inspirar a las personas de esta manera tan poderosa. Espere por horas, dentro mi camioneta. Espere por horas. Espere hasta sentir que moriría congelado, aun con mis gruesas ropas.


Pude escuchar al espíritu antes de que pudiera verlo. Un crujido en la nieve en el silencio de la noche me hizo saltar de mi camioneta y voltear. Un hombre encorvado, con la piel grisácea estaba parado a solo unos metros de mí. Con ojos tristes y amarillentos que me miraban a los ojos, ojos amarillentos dentro una cráneo del cual salían solo un par de grasosos cabellos. Respiraba muy pesadamente, con un tamborileo que chocaba en su frágil pecho. Uno de sus brazos lucia como si se hubiese destrozado, y como si se hubiese tratado de sanar así mismo de manera imperfecta. T trozos de carne putrefacta cayéndose mostraban sus débiles piernas. El hombre me miro, quizás por unos diez segundos, respirando en el helado aire y exhalando un vapor pesado y viscoso, antes de desaparecer cuando parpadeé.

Fuente: El diario de la oveja negra

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