sábado, 31 de marzo de 2012

El susodicho (por Kaitlyn C.)

Día 1:


Me he llamado paranoica por las insignificantes cosas que me ponen al borde. No puedo estar en la oscuridad, la sensación de alguien estando ahí sin yo darme cuenta de ello me parece lo más insoportable. No tolero el silencio tampoco. Pensarían que lo opuesto sería lo correcto, pues al menos en el silencio podría escuchar si algo se aproxima, pero es sólo como si estuviera invitando a un sonido que no pertenece. Como si estuviera invitando a que algo sucediera. A que algo hiciera algo. Duermo con el televisor encendido, resuelve ambos problemas de esta instintivo mal.


Ahora dudo que sólo sea una paranoia. Últimamente he estado oyendo ruidos a lo largo de mi casa, y a veces cuando miro alrededor noto cosas caídas, perdidas, o movidas de lugar. Más de una vez he oído algo correteando justo antes de voltearme y no encontrar nada. Pesadillas, donde una criatura que nunca he visto ni en lo más oscuro del folklore me dice que debo temer, porque seré como él pronto.


Día 4:


Esta mañana, en mis primeros pasos del día, vi algo. Era exactamente como la criatura de mis pesadillas. Me dije que todavía estaba en esos momentos de la mañana donde el sueño te puede hacer imaginar cosas… No estoy segura de haberme convencido.


Creo que me tocó.


Día 6:


Apareció de nuevo, y esta vez no pude negar que estaba totalmente despierta. Fui a traer una bebida y me lo encontré en el pasillo, bajo la tenue iluminación que resaltaba de mi alcoba. Era pálido, bastante pálido; casi sería blanco sino es por su piel tan similar a la de un humano. Sus ojos eran sorprendentemente grandes y negros, ligeramente reflejando la luz. Su pálida piel se estiraba a lo largo de su huesudo cuerpo y sus venas estaban descubiertas, como si su piel fuera demasiado delgada para cubrirlas. Tenía unas garras enormes, me aterró la idea de que me hubiera rozado con ellas; eran como navajas, y las tres de en medio se extendían a un pie de largo. Las demás no pasaban de dos pulgadas, y eran todas sus seis del mismo color que mis uñas.


La escena pareció como capturada en una fotografía por el segundo que me miró fijamente con sus enormes ojos, pareciendo sorprendido de que lo hubiera descubierto, antes de que se lanzara de vuelta a la oscuridad del pasillo doblando en la esquina por la que se había asomado.


Día 7:


Creo que ya abandonó la casa, aunque no dormí por el miedo de despertarme y sentir sus garras tocándome de nuevo. No puedo dejar de pensar en ellas. Se miraban como si estuvieran hechas del mismo material que las uñas…, ¿entonces cómo llegaron a verse tan afiladas?


Día 8:


Cuando desperté estaba observándome dormir, torpemente sentado en el rincón diagonal a mí. No, no me desperté, me despertó. Lo oí respirar. Era un sonido acelerado, como un animal enfermo sonaría: sin tono, sin emoción, plano. Lo vi todo. Sus piernas traseras eran mucho más pequeñas que sus piernas frontales, y recuerdo que mi primer idea fue “¿cómo puede caminar con las cuatro siendo tan desiguales?”. Pude ver sus costillas… Es tan huesudo. No tenía fibra muscular, ni nada que indicara su género. Puedo deducirlo por cómo se agachaba, sentaba, o lo que fuera que estuviera haciendo con sus patas traseras. Tenía garras en sus pies, en menor cantidad que en sus manos. Tres largas y una pequeña garra. Su cara era larga, y no tenía nada de cabello en su cuerpo… y su repulsiva nariz de esqueleto. Me dejó verlo. Daba la impresión de que lo disfrutaba, que contemplara a su horripilantemente pálida y demacrada forma. Hacia lo mismo él también, estudiando cada detalle de mi contextura. Terminamos al mismo tiempo y sonrió antes de irse caminando a cuatro patas, lentamente, dejándome ver cómo era que lo hacía, como si supiera que me intrigaba. Me miró de vuelta en todo momento y nunca parpadeó, no creo que pueda.


Dios, esa mirada…


Día 9:


Estaba en la esquina de nuevo esta mañana. No reaccionó cuando desperté, aun cuando no quería tenerlo en mi mirada de nuevo. Continuó ahí por más de una hora hasta que me diera cuenta que estaba esperando a que me levantara. En su lugar jalé las sábanas contra mí y me pegué a la pared que tenía atrás, enfureciéndolo en el proceso. Acercó su largo antebrazo y clavó sus garras en mis sábanas, quitándomelas con un pequeño movimiento de su muñeca. No sé cómo lo hizo, no tenía músculos, pero fue tan fuerte que la velocidad con que me las arrebató me dio una quemadura por fricción. Con mi corazón pulsando violento en mi pecho y siempre atenta a cualquier otro movimiento de su parte, me moví al borde de la cama, y pese a su inexistente respuesta, de alguna forma sentí que se emocionó. Cuando al fin me paré continuó mirándome. Lo hizo desde mis pies a cabeza. Luego sonrió, y se fue.


No me gusta su mirada.


Día 10:


Creo que le gusta ese rincón. Estaba ahí de nuevo esa mañana. Esta vez no me sentí tan insegura de levantarme, creyendo que eso lo haría irse, aunque no fue así. Siguió mirándome, como esperando que hiciera algo más. Cruzamos miradas por un largo tiempo hasta que se desesperara. Se acercó a mí y me alejé por reflejo hasta la pared al lado de mi puerta. Se veía complacido por mi temor, pero me interponía en su camino. Estuve inmóvil cuando caminó en dirección hacia mí, tirándome a un lado con su brazo para que le diera paso. Su piel era suave y ligeramente delgada.


Día 11:


No estaba aquí hoy… un pequeño alivio. Sin embargo, mientras me vestía lo caché espiándome. Me congelé con un brazo fuera de su manga y mis pantalones a medio subir. Traté de ignorarlo y terminé de vestirme, y para cuando miré de nuevo a la puerta, preocupada, ya se había ido.


Me da la impresión de que está ideando alguna clase de plan.


El hecho de que tenga la inteligencia suficiente como para hacer planes me pone nerviosa.


Día 12:


No estaba en la esquina de nuevo. Aunque me vestí despacio y atenta en caso de que estuviera afuera. Casi recé porque hubiera obtenido lo que quería de espiarme y se fuera.


Estaba en la cocina expectante, como una mascota. Corrí a mi alcoba apenas lo descubrí y él también lo hizo, siguiéndome, estando delante de mí de un momento a otro, bloqueando mi camino y mirando con sus enormes ojos que denotaban ninguna emoción; mas sabía que estaba enojado. Fui a la cocina y le puse un filete crudo en un plato. Lo azotó contra la pared donde la carne golpeó salpicando de manera repugnante mientras que el plato se hizo añicos.


Confundida ante sus deseos, saqué el jugo de naranja y le ofrecí un vaso, dándome sólo un débil quejido, el primero que le había escuchado, y del que logré deducir claramente que era hembra. Continuó observándome con el jugo en mi mano hasta que le di un tímido sorbo, y se sentó augusto. Me preparé tostadas y huevo. Ella no quería ninguno, sólo que yo comiera. Una vez terminé se levantó y se fue.


Me pregunto si está tratando de engordarme.


Día 13:


Se está adentrando cada vez más en mi vida. Hoy no la vi hasta después del desayuno. Iba a ir al baño y estaba de pronto bajo mis pies, sus garras a centímetros de mis tobillos. Mantuve una postura firme, caminando tranquila con ella a mi lado hasta quedar a dos pasos del baño, cuando corrí hacia dentro y azoté la puerta, poniéndole seguro. Suspiré y tomé asiento en el retrete. Entonces escuché su descomunal rugido venir desde afuera y vi cómo con todas sus afiladas garras destrozó la parte baja de la puerta, y entró, sentándose a mi lado con una triunfante sonrisa.


No pude contener las lágrimas. Se retiró hasta que había terminado.


Día 14:


Me siguió fuera de la casa hoy. Seguí mi rutina sin una señal de ella, contenta en lo que me dirigía a la universidad, hasta que la escuché. Su respiración. Miré alrededor temerosa y vi sus negros ojos puestos sobre mí, escondida bajo sombras a pocos metro de mí. Cuando me detuve hizo un pequeño sonido de desaprobación; reanudé mi camino sin más.


Me ha entrenado.


Día 15:


Estoy comenzando a entender cómo opera. Estuve atenta a su llegada hasta que acabó mi horario en la universidad, pero no se presentó. Cuando llegué a casa, como suponía, estaba ahí esperándome. Me precipité a mi siguiente actividad: tarea. Permaneció a mi lado hasta que acabé.


Casi me siento contenta de entender qué es lo quiere.


Día 19:


Tenía razón; me siguió a través del resto de mi rutina diaria hasta que me fui a la cama. He comenzado a preguntarme qué es lo que hace cuando no está estudiándome. También si copilará los datos que saca sobre mí en algún lado. Me doy cuenta de que eso podría significar que los esté compartiendo con otras criaturas como ella. Dormí con dificultad.


Día 20:


Se ha ido. No la vi, aun después de irme a la cama. Estoy preocupada.


Día 23:


Sigue sin asomar la cara. Sólo estas entradas y el agujero en la puerta del baño me convencen de que realmente estuvo aquí.


¿Dónde se ha ido?


Día 24:


Llamé a que reparan la puerta. No estoy segura de por qué no lo hice desde que dejó de venir, o en el mismo momento que terminó de observar mis rituales de “limpieza”. Me dijeron que tomará tres días.


Día 25:


El hombre me hizo muchas preguntas por el agujero, diciendo que parecía como si alguien le hubiera dado con un hacha. Me preguntó por qué estaba tan abajo y acerca de su tamaño tan extraño. Mentí y se me quedó viendo raro; le dije la verdad y empeoré el asunto. Cuando insistí en que decía la verdad, me amenazó y salió de mi casa.


No fue del todo inútil, hasta me siento un poco mejor por habérselo contado a alguien. En fin, tendré que buscar a alguien más que me repare la puerta.


Día 26:


Todavía estoy temblando. Ha vuelto; pero algo está distinto en ella. Desperté y me encontré con su boca alrededor de mi cabeza, casi engulléndola en su totalidad. Vi todos sus afilados dientes insertados desde la entrada de su boca hasta su garganta. Mi primer pensamiento fue que había vuelto para matarme. Mi segundo fue si era realmente su comida. Mi tercero, cómo todos esos dientes funcionaban en su garganta. Retiró su boca con lentitud y uno de sus dientes rozó mi nariz; apenas me tocó, pero me hirió fuerte, y sangré en cantidad.  Lamió la herida y sentí su lengua como la de un gato. Se veía muy satisfecha por mi apariencia horrorizada, y se fue abruptamente.


Día 27:


Me despertó de nuevo, esta vez estando encima mío. La contextura de sus huesos presionados sobre mí fue lo que me hizo reaccionar. Se me quedó viendo con una sonrisa y persistió en enseñarme sus dientes de nuevo. Di un quejido y saltó al rincón.


Día 31:


Nunca me deja sola ahora. Aprendí que no duerme, quizá no lo necesite. Siento sus ojos dondequiera que voy.


Día 33:


Ayer recogí un gato enfermo de la calle en mi camino desde la universidad. Hoy estaba destripado en la mesa de mi cocina. Sonrió cuando vomité.


Día 34:


Estuvo fuera por un rato hoy, y noté la puerta de mi closet abierta. Resulta que es ahí donde ha estado viviendo. Tenía un intenso olor a muerte.


Día 37:


Por la primera vez en mucho tiempo, no se mostró. Aproveché la oportunidad y salí toda la noche con unos amigos. Me siento un tanto mejor.


Día 41:


Está ganando peso y despide una sustancia asquerosa que huele a carne roída. No estoy segura de en qué se está alimentando.


Día 43:


Me habló. Dijo que ya no puedo volver a salir.


Día 48:


Me he quedado sin comida. Vio que no había comido y me trajo un perro degollado.


Día 50:


Intenté salir a traer comida y me atacó. Tengo la herida de tres de sus garras en mi pierna de donde me tiró de vuelta a la casa. La maldije de todas las formas que sabía.


Me comí el perro.


Día 51:


Lloro mucho. No puedo recoger las fuerzas para salir de la cama. La  herida está infectada y se mira un tanto serio; pero a ella no parece importarle. Traté de hablarle, preguntarle qué quería. Sólo sonrió con sus dientes y se me quedó viendo… es todo lo que hace.


Día 52:


Me levanté para limpiar la herida. Tuve suerte de tener todo lo necesario, creo; viviré. Desearía no haberla curado, y morir por la infección aun si tuviera que soportar ese dolor que se extendía por todas mis venas; pero ella me obligó a hacerlo.


Día 53:


Leí un libro y reí. Está adelgazando.


Día 55:


Sonreí. Se miraba triste. Me tomó un tiempo darme cuenta de que su olor se había ido.


Día 57:


Sé cómo matarla.


Día 64:


Finalmente soy libre. Después de una semana de preparación, conseguí acercarme a ella mientras se dirigía al cuarto continuo a mi alcoba, y la abracé; su piel estaba teñida y grasosa por ese horrible líquido. Gritó y trató de atacarme, pero estaba sobre su espalda, tomándola fuerte y rehusándome a desistir ante el miedo, sujetándola aún más fuerte cada vez. Ella corrió y casi perdí el agarre por su velocidad y el olor que había comenzado a marearme; tuve que me tragarme el bilis que subía por mi garganta. Besé su cabeza, sintiendo sus venas pulsando exageradamente: fue entonces cuando calló al suelo dando un horrible grito. Agitada, me levanté y vi que sus ojos estaban blancos, que ya no me seguían más. Al fin había muerto.


Día 68:


El cuerpo se ha ido. No me importa siempre y cuando no tenga que verlo.


Día 71:


Fui despertada por  la sensación de esas garras tocándome e inmediatamente me lancé para abrazar la criatura, pero batió sus garras contra mi cara, hiriéndome terrible. Una voz rió, era macho.


—Ya sabemos sobre ti. Eso no funcionará dos veces.


Noté que había otro más en el rincón.


No puedo dejar de llorar.


Día 173:


Me enviaron a mi primera casa, el blanco es un niño pequeño. Se orinó encima cuando le pasé mis garras. Fue maravilloso.


Fuente: Creepypasta.com

lunes, 19 de marzo de 2012

El experimento ruso del sueño

Antes que nada me disculpo por no haber posteado nada estos últimos días. He estado en medio de algunos problemas existenciales y eso me deja poco tiempo para atender el blog. Pero finalmente he organizado mi mente y parece que todo está en orden de nuevo. Para compensarlos hoy pondré dos nuevas “pastas” en el sitio. La primera es la que tenemos a continuación. Es difícil catalogar esta historia en alguna de las categorías que hemos creado, así que me veré en la necesidad de inventar una nueva categoría llamada “Otros”. Aquí les traigo ésta, una de las historias que más impactado me han dejado por sus altas probabilidades haber existido en la realidad, volviendo un poco al formato de historias largas, “El Experimento Ruso del Sueño”:


“Investigadores Rusos a finales de los 40´s mantuvieron a 5 personas despiertas por 15 días utilizando un estimulante basado en gas. Los tuvieron encerrados en un ambiente sellado para monitorear cuidadosamente el uso de oxígeno, de manera que el gas no los matase, debido a las altas concentraciones de gas. Esto fue antes de que existiera el circuito cerrado, por lo que tuvieron que usar micrófonos y ventanas con grosor de 5 pulgadas para observar a los sujetos.. El cuarto estaba lleno de libros, cobijas para dormir -pero ninguna cama-, agua corriente, baño y la suficiente cantidad de comida para que los 5 sobrevivieran por un mes.


Los sujetos de prueba eran prisioneros políticos y de guerra declarados enemigos del estado durante la Segunda Guerra Mundial.


Todo estuvo bien por los primeros 5 días; los sujetos rara vez se quejaban después de que (falsamente) se les había prometido su libertad si aceptaban tomar parte de la prueba y no dormir por 30 días. Sus conversaciones y actividades fueron monitoreadas y los científicos notaron que conforme pasaba el tiempo, ellos hablaban sobre incidentes traumáticos de su pasado.


Después de 5 días se empezaron a quejar de las circunstancias y eventos que los llevaron a donde estaban y empezaron a demostrar paranoia severa. Dejaron de hablar entre ellos, y comenzaron a murmurar de manera alterna en los micrófonos. De manera extraña, todos parecían creer que podían ganar la confianza de sus captores si traicionaban a sus camaradas. En un principio se creyó que esto era un efecto del gas.





Después de 9 días, el primero de ellos empezó a gritar. Corría por todo el cuarto gritando repetidamente por 3 horas seguidas. Después, trato de continuar gritando, pero solo podía dar un grito ocasional. Los científicos postularon que físicamente se había destrozado las cuerdas vocales. La parte mas sorprendente de este comportamiento fue como sus compañeros reaccionaron a esto. O mejor dicho, como no reaccionaron… Continuaban murmurando en los micrófonos hasta que el segundo de los prisioneros comenzó a gritar. Dos de los prisioneros que no gritaban, tomaron los libros y llenaron pagina tras pagina de sus propias heces, y de manera calmada, los pusieron sobre las ventanas del cuarto. Los gritos cesaron de repente.


Al igual que los murmullos de los micrófonos.


Pasaron otros 3 días. Los investigadores checaban los micrófonos constantemente para asegurarse de que trabajaban, porque creían que era imposible no escuchar sonidos con 5 personas dentro. El consumo de oxigeno indicaba que los 5 debían seguir vivos. De hecho, el consumo de oxigeno era el necesario para 5 personas que hacían ejercicio extenuante. En la mañana del catorceavo día, los investigadores hicieron algo que no debían hacer para llamar la atención de los prisioneros: Utilizaron el Intercom dentro del cuarto, esperando provocar respuestas de los prisioneros, pues temían que estuviesen muertos, o en estado vegetal.


Anunciaron: “Abriremos el cuarto para probar los micrófonos. Aléjense de las puertas y acuéstense con las manos atrás en el piso o se les disparara. Se le otorgara la libertad a uno de ustedes si obedecen”.


Para su sorpresa, escucharon solo una frase, con voz calmada: “No queremos ser liberados”.


Hubo gran debate entre los investigadores y fuerzas militares que financiaban el proyecto; sin poder provocar mas respuestas utilizando el Intercom, finalmente se decidió abrir el cuarto a la media noche del día numero 15.





Se limpio el gas del cuarto, y se lleno de aire fresco. Inmediatamente, voces de los micrófonos, empezaron a objetar. Tres voces diferentes rogaban por la vida de sus seres queridos, que encendieran el gas nuevamente. Se abrió el cuarto para sacar a los prisioneros. Gritaron mas fuerte que nunca, al igual que los soldados, cuando vieron lo que había dentro: Cuatro de los sujetos seguían “vivos”.


Las raciones de los pasados 5 días no habían sido tocadas. Habían pedazos de carne de las costillas y pantorrillas del sujeto muerto colocados dentro del drenaje del centro del cuarto bloqueándolo, permitiendo que 4 pulgadas de agua se acumulara en el piso. Los cuatro “sobrevivientes” también tenían pedazos de piel y carne arrancada de sus cuerpos. La destrucción de tejidos y la exposición de huesos en la punta de sus dedos indicaba que las heridas fueron infligidas por las manos, y no con los dientes, como era de suponerse. Al examinarlos, se descubrió que la mayoría de las heridas fueron auto infligidas en su mayoría.


Los la piel y los órganos detrás de las costillas fueron removidos; mientras que el corazón, los pulmones y el diafragma seguían en su lugar. El tracto digestivo de los cuatro sujetos podía verse trabajar, digiriendo comida. Rápidamente se hizo aparente estaban digiriendo su propia carne, y que ellos la arrancaron y se la comieron en el transcurso de los días.


La mayoría de los soldados eran fuerzas especiales Rusas en las instalaciones, pero aun así, muchos se negaron a regresar al cuarto para sacar a los prisioneros. Éstos sin embargo, insistían a gritos que los dejaran dentro y de manera alterna rogaron y demandaron que se encendiera el gas nuevamente, para evitar quedarse dormidos.


Para sorpresa de todos, los sujetos pusieron una resistencia feroz durante la extracción. Un soldado Ruso falleció cuando un sujeto le mordió el cuello, otro fue gravemente herido cuando otro de los prisioneros le mordió la arteria femoral y los testículos. Otros 5 soldados perdieron la vida, si se cuentan a aquellos que se quitaron la vida en las semanas consecuentes al incidente.


Durante la lucha, uno de los prisioneros daño su bazo, sangrando de manera casi inmediata. Se intentó sedar al sujeto, pero fue imposible. Se le inyectó más de 10 veces de la dosis humana de Morfina, y aun así lucho como un animal rodeado, rompiendo las costillas y un brazo de un doctor. Se veía latir su corazón al máximo por dos minutos completos, mientras se desangraba, y continuó gritando por mas de 3 minutos, atacando a quien se le acercara, repitiendo la palabra “más” una y otra vez, cada vez mas débil, hasta que cayó en silencio.


Los otros 3 sobrevivientes, fueron inmovilizados fuertemente y llevados hacia instalaciones médicas. Dos de ellos, con cuerdas vocales intactas, demandaban continuamente más gas para permanecer despiertos.


El más herido de los tres, fue llevado al único cuarto de cirugía que había en las instalaciones. En el proceso de su preparación para colocar nuevamente sus órganos en su lugar, se notó que el sujeto era totalmente inmune a los sedantes. Peleó furiosamente cuando el gas anestésico se le estaba colocando. Se necesitó un poco más de anestesia de la normal para sedarlo, pero al momento que sus ojos se cerraron, su corazón se detuvo. En la autopsia, se encontró que en su sangre había 3 veces la cantidad normal de oxígeno. También se rompió 9 huesos en la lucha para no ser controlado.

El segundo sobreviviente, era el que primero gritó del grupo. Con sus cuerdas vocales destruidas, el no pudo objetar la cirugía, y solo reaccionaba agitando violentamente la cabeza en desacuerdo cuando se le administraba el gas anestésico. Afirmó violentamente con la cabeza cuando alguien sugirió hacer la cirugía sin anestesia, y no reaccionó durante la misma, que duro 6 horas en la cual se intentó reemplazar sus órganos abdominales y cubrirlo con lo que quedaba de su piel. El cirujano afirmó que era médicamente imposible que el sujeto siguiera con vida. Una enfermera aterrada que ayudó en la cirugía, comento que la boca del paciente formaba una sonrisa cada vez que sus ojos se encontraban.

Cuando la cirugía termino, el sujeto miró al cirujano y empezó a hacer sonidos fuertemente, como tratando de hablar. Asumiendo que esto era de gran importancia, el cirujano le entrego un papel y una pluma, para que el paciente pudiera comunicarse. “Sigue cortando” escribió…

Se le hizo la misma cirugía sin anestesia a los otros dos sujetos. Se les tuvo que inyectar un paralítico, pues ellos reían constantemente, y le era imposible realizar la operación al cirujano. Una vez paralizados, solo podían interactuar con sus ojos. En el momento en que pudieron hablar nuevamente, exigieron una vez más el gas estimulante. Los investigadores trataron de averiguar porque se lastimaron de esa forma a si mismos, y por qué querían el gas nuevamente.

La única respuesta fue: “Debo permanecer despierto”.

Se reforzó a los 3 sujetos y los devolvieron al cuarto, para espera de su destino. Los investigadores, enfrentando la furia de sus “benefactores” militares por haber fallado las metas del proyecto, consideraron dar eutanasia a los prisioneros. El comandate, un ex-KGB vio potencial en el proyecto, y en su lugar decidió ver que pasaría si ponían el gas nuevamente. Los científicos se negaron rotundamente, pero al final, tuvieron que aceptar.

En preparación para ser sellados nuevamente en el cuarto, los prisioneros, fueron conectados a un monitor EEG. Para sorpresa de todos, los tres dejaron de pelear en el momento que se dieron cuenta que los regresarían al gas. En este momento, era obvio que los tres estaban haciendo un gran esfuerzo por mantenerse despiertos. Uno de los prisioneros estaba murmurando una canción; el sujeto mudo, peleaba con sus ataduras de piel, como si tratara de enfocarse en algo. El último sujeto mantenía su cabeza en la almohada, y parpadeaba rápidamente. Siendo este el primero al que se le puso el EEG, la mayoría de los investigadores monitoreaban sus ondas cerebrales con sorpresa. Eran normales la mayor parte del tiempo, aunque algunas veces aparecía una línea recta de manera inexplicable. Parecía que repetidamente sufrían de muerte cerebral. Mientras analizaban los datos, una enfermera notó que los ojos del sujeto se cerraron. Sus ondas cerebrales cambiaron inmediatamente por las de sueño profundo, luego se pusieron rectas, y de manera simultanea, su corazón se detuvo.

El único sujeto que quedaba que podía hablar comenzó a gritar para que lo encerraran en ese momento. Sus ondas cerebrales mostraba las líneas rectas del sujeto que acababa de morir por quedarse dormido. El comandante dió la orden de sellar el cuarto con los dos prisioneros dentro, junto con 3 de los científicos. Uno de los 3, inmediatamente tomó un arma y abrió fuego contra el comandante, matándolo de un tiro entre los ojos. Después apuntó al prisionero mudo,y le voló el cerebro.

Apunto al prisionero que quedaba vivo, mientras que los demás investigadores escaparon del cuarto. “No me encerraran con estas cosas! No contigo!”, le gritaba al prisionero que estaba atado al camastro. “QUE ERES?!” Demandó. “Necesito saber”!”

El prisionero sonrió

“Tan fácilmente te has olvidado de mi?”, el prisionero preguntó. “Somos ustedes”. “Somos la locura que esta encerrada en todos ustedes, rogando por libertad en cada momento de tu vida, desde lo mas profundo de tu mente animal. Somos aquello de lo que te escondes en tu cama todas las noches. Somos lo que duermes y silencias y paralizas cuando te vas a tu cielo nocturno, donde no te podemos alcanzar”.

El investigador hizo una pausa. Apunto al corazón del prisionero y disparo.

El EEG mostró una línea recta mientras el sujeto débilmente murmuró “Casi… tan… libre…” “



Fuente: Creepypasta.com

lunes, 12 de marzo de 2012

El hombre cuántico

Jonathan Felix tomó de nuevo asiento en la silla estando colocados cada uno de los electrodos en su cráneo. Se encontraba sumergido en una de las más costosas investigaciones científicas del mundo, y hoy se consumarían los esfuerzos suyos y de muchos otros. La meta del proyecto era abrir la mente del ser humano y permitirle percibir las dimensiones espaciales que están por sobre las tres primeras.


El resultado todavía era un punto de consternación, pero se sospechaba que de ser exitoso, un individuo sería capaz de estudiar todos los posibles universos que podrían crearse partiendo de sus propias acciones, y escoger el que desease seguir. Un hombre en el que cada una de sus acciones sería perfecta pues ya habría previsto los resultados.


Felix, joven y persistente, se anotó de inmediato a la oportunidad. Apenas en sus 20 y brillante en el campo de la mecánica cuántica, estaba saboreando la dicha de aplicar las facetas teóricas de su obra a un medio físico. Hizo un ademán de inicio a los técnicos tras el vidrio de seguridad, y activaron la primera fase de la máquina. Dijo Felix a través del micrófono:


—Si he visto más allá que otros, es porque he puesto pie sobre el hombro de los gigantes. —El remedo era la más grande forma de alago, pensó con una sonrisa.


La silla se reclinó hacia atrás quedando a manera de una mesa y una gran cúpula bajó rotando hasta cubrirle la totalidad de su cuerpo. Tenía revestida una compleja estructura cristalina en el interior. Felix se concentró en las facetas del cristal y pronto notó cómo empezaba a mutar, variando en formas que su mente no podía procesar.


Su vista fue bruscamente empañada con destellos de luz y su cuerpo convulsionó de forma violenta. Al leer sus signos vitales en la sala de control, los ingenieros enseguida detuvieron la operación. Un médico se apresuró a revisar a Felix, y estaba contento de sentir un débil, pero constante latido.


Un par de minutos después Felix volvió en sí. Miró al médico y se sobresaltó al notar dónde estaba.


—¿Qué pasó? No siento nada diferente…


El médico sonrió y le dio unas palmadas en el hombro.


—Cualquier aterrizaje del que puedes salir caminando, es un buen aterrizaje, ¿no?


Se volteó para regresar a la sala de control, enredó su tobillo entre los cables esparcidos por el suelo, tropezó y estampó su frente en la esquina de la mesa. Su cabeza se torció en un ángulo repulsivo…


De nuevo


Se volteó para regresar a la sala de control, enredó su tobillo entre los cables esparcidos por el suelo, tropezó y en un ágil movimiento fue tomado desde atrás por Felix, deteniéndolo a centímetros de la esquina de la mesa.


Felix vomitó y colapsó, sus manos temblaban. Se dio cuenta de que había percibido dos universos y activamente seleccionado el que deseaba. Sonrió al médico.


—¡Lo hice!, puedo verlos…, ¡puedo verlos todos…!


Su rostro palideció.


Ahora vio dos más universos, tan diferentes y vívidos como los anteriores. Sucesivamente, un tercero, cuarto y quinto irrumpieron en su mente. Veía todas las alternativas posibles. Su mente empezó a agrietarse.


Felix tomó al médico y en un acto de furia innatural hundió sus pulgares en los ojos del hombre…


De nuevo


Felix desvío su mirada al techo y comenzó a gritar de sobremanera, rehusándose a parar aún cuando burbujas de sangre escurrieron por el borde de su boca…


De nuevo


Felix tomó como soporte la pata de la mesa y con vigor cabeceó la esquina de la misma, consiguiendo fracturar su cráneo para el cuarto golpe…


De nuevo


Felix se sentó en el piso experimentando todos los potenciales males de los que era físicamente capaz. Su cuerpo se sacudía y sollozaba despavorido. Jaló de la corbata al médico quedando cara a cara con él.


—¡Demasiado!, ¡es demasiado! —gritó.


Sus ojos quedaron en blanco, tornándose amarillos y marchitos en cuestión de segundos, a un tiempo que su cabello era despojado de color. Felix, en sus últimos momentos, se hizo consciente de una magnitud de universos cayendo sobre él y tenía que pasar por cada uno de ellos. Su agarre desistió y su mente se perdió en el abismo.


De nuevo


Fuente: Creepypasta.com

Despertar

Desperté.


Está brillante aquí. Demasiado brillante. ¿Qué es este lugar?, ¿un hospital?, ¿una prisión? Tiene 4 paredes, un rígido catre y un respiradero. ¿No hay una puerta?


Piensa… ¿Qué pasó? Algo pasó, ¿dónde estaba anoche?, ¿dónde quedé dormido? Maldición… no puedo pensar. No puedo pensar en nada. ¿Es esto alguna clase de experimento? No puedo pensar. ¡No puedo tan siquiera  recordar mi maldito nombre!


Mira a tu alrededor, tarado. Paredes sólidas; encerrado en una habitación. Estoy en un psiquiátrico. ¡Eso es! ¡Soy un desquiciado! O lo era, al menos. Estoy en paz con ello ahora. ¿Estoy curado? ¿Me puedo ir?


Me levanto. Me reviso; estoy desnudo. Aunque bastante limpio, como el resto del cuarto. Todo cuanto me rodea es blanco y pulcro. Está demasiado brillante aquí.


—¿Hola?… ¿Hay alguien aquí?… ¡Necesito ayuda! —grito. No hay respuesta—. ¡Alguien, por favor, ayuda!


Camino alrededor palpando las paredes. ¿Dónde está la puerta? Tiene que haber una. ¿Qué demonios? ¡Tiene que haber una puerta!


No la hay, simples paredes. Miro bajo el catre en busca de algo, lo que fuese. Nada, tampoco.


¿Sí estoy en un psiquiátrico? Esto parece tan irreal. ¿Por qué no puedo recordar mi nombre?


—Hey, al fin te levantaste. —Escucho la voz de un hombre venir por el respiradero. Corro hacia él emocionado.


—¡Sí! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —le grito entusiasmado.


—¿No recuerdas nada, cierto? —me pregunta.


—No. No recuerdo nada antes de despertarme, hace un momento.


—No te preocupes —dijo con un tono divertido en su voz—, creo que te irá bien.


¿Me irá bien?


—Por favor —ruego—, ¿qué está sucediendo?


Sólo escucho silencio.


—¡Dime! —grito. Se hace eco por el respiradero, y nunca llega una respuesta.


Horas pasan.


Se me ha dejado a solas con mis pensamientos. Intento llegar a los rincones de mi mente, descubrir quién rayos soy. Esto es todo tan ajeno para mí.


Camino por las paredes, sintiendo cada centímetro, buscando una salida. Tiene que haber algo. ¡No es como si este lugar se construyera a mi alrededor! ¿Por qué no puedo encontrar nada? Grito por ayuda hasta que mi garganta se seca. Si alguien está escuchando, si ese hombre sigue allí afuera, no va a responder.


Exhausto, me recuesto.


Al despertar encuentro comida. Una bandeja con pan, arroz y un filete puestos al otro extremo del cuarto. Hay un vaso con agua junto. Estoy muy hambriento; sin vacilar, camino para comer el platillo. Está delicioso. Cuando me lo acabo, recobro conciencia de dónde estoy.


Me muevo hacia el respiradero y grito. —¿Hola?


—¡Hola! —Escucho de vuelta, en un tono alegre.


—¿Quién eres? —pregunto.


—¿Disfrutaste tu comida? —me da de respuesta.


—¡¿Dónde estoy?! ¡Déjame salir!


—Saldrás pronto. ¡Tenemos que asegurarnos de que estés saludable!


¿Qué? ¿En serio soy un jodido experimento? Estoy suficientemente saludable. Quiero respuestas. Quiero saber dónde estoy.


—¡Déjame salir ahora, desgraciado!


La voz se fue de nuevo. Por más que le grito no me responde, estoy solo.


Repaso mi rutina de buscar por una salida, y claro, no la encuentro. Siento que necesito usar el baño, pero no hay nada parecido aquí. Tengo demasiada dignidad como para hacerlo en una esquina. No dejaré que me vean hacer eso.


Eventualmente me recuesto y lloro. Grito y grito y lloro hasta estar completamente agotado. No tardo en quedar dormido de nuevo.


Algo extraño pasa entonces, sueño.


En mi mente estoy volando. Veo tres árboles, ríos; todo iluminado por rayos de sol. Puedo sentir una incómoda sensación en mi estómago y boca. Me duelen un poco. Despierto de nuevo en la prisión. Todavía siento un poco de dolor en mi estómago. Lo sobo con mi mano y palpo algo rugoso. Cuando miro abajo, veo una protuberante cicatriz allí. La misma cosa está en mi mejía. Estoy asustado, pero más que todo, enojado. Están jugando conmigo. Esperan a que me duerma y comienzan con sus malditos juegos. Miro a las paredes y grito. Quiero salir de esto.


—¿Estás bien? —Escucho esa familiar voz de nuevo.


—¡Me heriste desgraciado!, ¡me abriste! ¡¿Qué demonios me hiciste?! —Golpeo el respiradero tan fuerte como puedo. Lo voy a romper. Voy a hacer a golpes mi camino hasta ese hombre y obligarlo a que me de respuestas. Lo golpeo y golpeo una y otra vez. Mi mano duele demasiado. Creo que la rompí. No me importa. Continúo golpeando y gritando.


—Por favor, cálmate. Siento haberte hecho daño. Lo haré todo mejor pronto. ¿Te sientes sólo?


Me rehúso a contestar. Lo ignoro, justo como él me ignora a mí. Al diablo con él. No parece importarle si respondo o no. No le importo. A nadie, de hecho. Soy un animal, un jodido experimento.


—Por favor, no te preocupes. Las cosas mejorarán, ¡lo prometo! —Y con eso se fue.


Me siento en mi rígida y pequeña cama, viendo a mi mano. No puedo mover mis dedos sin que un punzante dolor asalte mi brazo. Es ahora que me doy cuenta de cuán jodido está esto. ¿Qué me hice? Ese respiradero no se va a mover ni romper, sin importar lo que haga. Nada se va a mover o romper. Estoy atascado. Eso es todo lo que hay. Estoy atascado y no me iré a ningún lado.


Mi mente divaga, y el tiempo pasa.


Despierto. Me han dejado más comida. La voz habla de vez en cuando, diciéndome tonterías encriptadas que ni me importa tratar de entender. Luego duermo. Sueño a veces, no siempre. Algunos son pesadillas. Que las paredes se achican y achican hasta que no queda más espacio para mí y soy aplastado. Mis huesos se quiebran y mis pulmones colapsan. Estoy aterrado. Quiero salir.


Me despierto de nuevo para ser abordado por más dolor en mi cuerpo. Hay una nueva cicatriz en mi pecho a lo largo de mi costilla, y otra en mi cabeza. Éstas se ven un poco más grandes que las usuales, y también duelen más. Pero esto no es, en lo absoluto, lo más inusual del día.


Miro a lo largo de la habitación y no puedo creer lo que veo. Hay una mujer aquí. Una mujer, de unos 17, recostada en el suelo, completamente desnuda. Es hermosa. Estoy lleno de alegría. No sé qué tienen en mente, pero no me importa. ¡Hay otra persona aquí! Alguien a quien puedo tocar, ¡y mirar! Alguien que sé que es real. Que quizá pueda ayudarme a salir de aquí.


Me levanto y camino hacia ella. Toco su hombro y comienzo a hablarle.


—Hey, ¿hola?… Despierta. —Sus ojos parpadean y dirige su mirada a mí. Está asustada. No sé por lo que ha pasado, pero no comparte mi entusiasmo por estar con otro ser humano. Grita y se arrincona en el extremo de la habitación. Intento calmarla, en vano.


—¡Por favor, no! ¡No voy a lastimarte! —digo lo más sosegado que puedo—. ¡Estoy de tu lado! Por favor, cálmate. Confía en mí —Ella sólo queda encogida en el rincón—. Escucha, he estado aquí por tanto tiempo. ¿Sabes algo acerca de todo esto?, o ¿quién nos retiene aquí? —Sólo responde con un callado sollozo—. Bueno,  no tienes que preocuparte, ya veremos qué hacer. Saldremos de aquí, ¿sí? Saldremos de aquí. —Me doy cuenta de que puede necesitar algún tiempo para volver a la realidad. Voy al respiradero, dándole su espacio.


—Estará bien —escucho desde dentro del respiradero—, sólo necesita un momento para acostumbrarse. —Y tengo que darle la razón.


Eventualmente, después de horas de llorar, se calma. Me siento con ella e intento hacerle algunas preguntas. Nunca responde; de hecho, no creo que pueda comprender lo que le digo. Pero siento que el sonido de mi voz la calma un poco, así que sigo hablando. Le cuento de mis experiencias de estar aquí comenzando desde que desperté. Intento repasar cada detalle en el que puedo pensar de mi tiempo en esta prisión. Entonces me abraza y me siento increíble. La cálida, suave piel de su desnudo cuerpo contra mí es diferente que cualquier cosa que haya experimentado en esta dura y fría habitación. Corro mis dedos por su cabello y gime ligeramente. Nos sentamos allí en el piso por horas. Ahora veo que sí comprende. A pesar de esta jodida situación, me siento mucho mejor ahora.


Los días continúan pasando. Las cicatrices se desvanecen y ninguna nueva aparece. La comida viene y ahora se nos ha dado el “lujo” de tener un lugar para ir al baño. La chica y yo nos hemos intimado mucho. Incluso hicimos el amor unas cuantas veces.


Estamos sentados en el suelo besándonos. Acabamos de hacer el amor y fue hermoso. Ella confía en mí, y yo en ella. Nunca le haría daño, y nunca dejaría que nadie más lo hiciese.


—Te amo. —le digo, y beso su cabello. Me sonríe y lo repite. Sé que entiende su significado; puedo oírlo en su voz. En lo que se prepara para dormir me prometo que saldré de esta habitación, y la llevaré conmigo.


Entonces pasa. Despierto y no está. Desesperado corro al respiradero.


—¡¿Qué has hecho con ella?! ¡Devuélvemela! —grito.


—¡No te preocupes! —dice la voz a la que estoy acostumbrado—, ella está bien. ¡Sólo fue a un nuevo lugar! Es algo en lo que hemos estado trabajando por un tiempo, ¿te gustaría verlo?


Estoy confundido, molesto y asustado. No tiene punto luchar. Él tiene el control. Tiene mi voluntad. Me seco las lágrimas y le digo que sí. Le ruego, de hecho. Le prometo que seré bueno, que haré cualquier cosa que desee. Que no trataré de huir ni golpear las paredes ni nada malo.


—Sólo por favor, déjame estar con ella. Por favor.


—Pronto. —me responde, casi burlándose con sus palabras.


—¡Por favor! —No puedo hacer esto sin ella. La voz se va y me deja solo de nuevo y me quiero morir. Haría lo que fuese para matarme y terminar con todo esto. Pero no puedo dejarla. Me necesita, y le prometí que nunca la dejaría. Lloro y grito en el rincón hasta que toso sangre. Finalmente vomito y me desmayo del cansancio.


Despierto en un lugar extraño. ¿Es un sueño? Veo que tiene árboles, pasto. El hermoso cielo por sobre mío. ¡No estoy en la prisión! ¡Esto no puede ser real!, pero lo es. ¡Lo es! Un momento, ¿qué significa esto?


Corro. Corro por todos lados buscándola. Me lo prometió. Ella tiene que estar aquí. Comienzo a encariñarme realmente de este lugar. Miro a mi alrededor y veo que todavía estoy confinado. Grandes muros blancos rodean el área extendiéndose por al menos 20 pies sobre el suelo. Me preocuparé por eso cuando esté con ella de nuevo. Por ahora sólo tengo que encontrarla. Los árboles son tan bellos. Todo lo es, sólo falta ella.


La escucho. Grita de alegría y corre hacia mí. Nos abrazamos y lloramos así como nos besamos apasionadamente. Estoy feliz. Estoy tan feliz por que me dejaron estar con ella de nuevo. Luego de que ambos nos calmamos, decidimos dar un recorrido por el lugar.


Por horas vagamos el área. Quien sea que es nuestro captor, en serio se esforzó en este lugar. Hay un río que fluye a través de la entera instalación. Una inmensa máquina que se alza más allá de los muros y hasta el cielo. Cuando nos acercamos a ella se nos ofrece comida. Toda la comida que podríamos desear. Y toda es deliciosa. Esto es increíble. Nos servimos todo cuanto podemos hasta estar completamente saciados. El hombre del respiradero nunca nos habla aquí, pero sé que nos observa.


Pero nos topamos con algo. Ella sonríe emocionada al notarlo. “¡Mira, mira!”, me susurra. Lo que vemos es un árbol, justo como los otros. Aunque está peligrosamente cerca del muro y alto suficiente como para poder subirlo y saltarlo. Sería una tremenda caída, y valdría la pena sólo para llegar al fondo de todo esto. Esta es nuestra forma de escapar; pero tenemos que ser cuidadosos. Le digo que tenemos que esperar, calmarnos. Si nos apuramos podríamos arruinarlo todo. Ella entiende. Sé que no le gusta. Le digo que espere un día o dos para ingeniar la mejor manera de hacer esto.


Esa noche escucho de nuevo la voz de mi viejo amigo. Está fuera de mi vista, como siempre.


—Olvídalo —me dice—. Sólo disfruta de tu nuevo hogar.


  —Prisión —le corrijo—. Esta es una jodida prisión. Y todo lo que he esperado desde que desperté ha sido la maldita verdad, y no he recibido nada de ti. Estás enfermo. He estado aquí, como rehén, por meses, ¡años! ¡Sólo dime quién soy! —Silencio.


Está decidido, saldremos de aquí.


  El sol se levanta y hago mi trayecto hasta mi amada. Supongo que estará en el árbol. Cuando por fin llego veo que ya ha escalado la mitad del camino.


—¡Espera! —le grito. Me mira y sonríe. Hace un ademán para que vaya hacia ella. Todavía estoy asustado, pero me doy cuenta de que no me puedo permitir tal cosa. Tengo que darle la cara a estas personas, estos bastardos. Voy con todo lo que tengo.


Juntos rápidamente nos hacemos hasta la cima del árbol. Ella alcanza la rama más alta y se apoya por el lado del muro. Miro a su rostro y veo una expresión de total y desenfrenado éxtasis. Ha ganado. Lo sabe. Lo que sea que ve al otro lado, sabe que es la libertad. Me sonríe y veo la curiosidad infantil en sus ojos. Sin ser capaz de esperar más, se inclina hacia mí, me besa y sube sobre el muro.


¡Demonios! La escucho llegar abajo con una caída. Ella grita y oigo su cuerpo golpear el suelo del otro lado. Por favor que esté bien. ¡Que nada le haya pasado! Sin pensar me movilizo a la cima del muro y salto de allí.


La caída resulta fuerte para mí también. Cuando caigo sobre el suelo siento un dolor como ningún otro que he sentido de mis cicatrices. Aunque no creo que nada esté roto. Ella está llorando sobándose la pierna. La reviso, pero parece estar bien. Veo algo diferente en ella. Quizá es por la luz; su piel se mira más áspera. Está sucia por la caída, yo también. Finalmente me pongo en pie y reviso en dónde estamos ahora.


Miro arriba en la pared que acabamos de escalar, orgulloso de nuestro logro. Luego escucho algo. Un tanto cerca de nosotros veo otro edificio. Uno grande en forma de platillo con una puerta mecánica que acaba de abrirse.


Caminamos hacia él lentamente, teniendo cuidado de no lastimarnos más. Mis piernas todavía me están matando. Así como nos acercamos, el edificio hace un increíble sonido que nos detiene en seco. Fuera de la puerta caminan… otros. Las únicas otras personas que he visto.


No son como nosotros. Son más altos. Son más delgados. Visten con prendas y el tono de su piel es mucho más claro que el nuestro. Tienen que haber al menos dos docenas de ellos. Uno de ellos se nos acerca. Camina hasta unos 15 ó 20 pies de distancia de nosotros y se detiene. Nos mira intensamente. Todo lo que podemos hacer es devolverle la mirada. Cuando por fin habla me golpea con fuerza. Este hombre, este hombre que estoy viendo de cara a cara, es el hombre del respiradero. Él es la voz que me ha enjaulado y atormentado por tanto tiempo.


—¿Pero qué han hecho? —nos dice. No puedo definir por sus grandes y negros ojos si está molesto o triste—. Han arruinado todo lo que hemos hecho por ustedes.


—¡Jódete! —le grito—, ¡no estamos para ser tus malditos esclavos!


Congela su mirada en nosotros por minutos. Voltea a sus compañeros, todavía dentro del edificio. Deja salir un fuerte suspiro y nos mira de vuelta.


—Sabíamos que era sólo cuestión de tiempo. Tendrán que hacer las cosas por su cuenta ahora. Ésta es, me temo, la única forma en que pueden aprender.


No sé qué decir. No estoy seguro de a qué se refiere. No sé tampoco si me interesa. Sólo lo quedo viendo, abrazando a mi amada.


Camina de vuelta al edificio y la puerta se cierra. La construcción entera se desplaza al aire. En medio de un intenso destello, las paredes y todo dentro de nuestra antigua prisión, desaparece, sin dejar rastro. El edifico volador se eleva más y más hasta que lo perdemos de vista. Finalmente, estamos solos.


Juntos vagamos por el área, buscando respuestas. Estoy comenzando a sentirme intranquilo ahora. Tengo hambre, y por la primera vez que puedo recordar, no tengo comida. No hay ningún dispensador, no hay ninguna máquina, ninguna mágica bandeja esperándome.


Ha sido muy diferente este último par de años. Estábamos tan perdidos cuando se fueron. Me odio por admitirlo, pero quiero volver con ellos. Quiero volver a escuchar su voz y tener mi comida, que me limpien y se encarguen de mí. Lo que comemos ahora sabe terrible. La forma en que vivimos es terrible. Nos ensuciamos. Nos lastimamos. Cuando dormimos ya no somos limpiados ni curados como antes. Nos despertamos de la misma forma en que nos fuimos a dormir.


No fue sino hasta que se fueron que nos dimos cuenta de cuánto los necesitábamos.


Es helado aquí afuera. Tenemos que matar animales que merodean y usar sus pieles para mantenernos calientes. Nos sentimos estúpidos, sucios y sin esperanza. Odiamos en lo que nos hemos convertido. A veces me despierto por la noche y trato de regresar su voz a mi cabeza. Intento hablar con él y seguir esperando y esperando por una respuesta. Pero no la hay. Quien sea que fuesen, se han ido para siempre. Sólo somos Eva y yo ahora.


Hemos trabajado fuerte para construir un refugio estable que albergue a nuestra familia. Estamos esperando nuestro primer hijo. Es difícil, pero sé que podemos hacerlo. En la cansada noche ella se recuesta, yo tomo su mano y acaricio su cabello.


—¿Dónde crees que hayan ido, Adán?, ¿crees que alguna vez volverán por nosotros?


Intento ser valiente por ella. —No lo sé, quizá lo hagan. Nos aman, sé que todavía lo hacen.


Beso su cabello como lo he hecho tantas veces antes. Y espero, más que nada, que lo que acabo de decirle sea verdad.


Fuente: Creepypasta