jueves, 13 de septiembre de 2012

El inexpresivo.


En junio de 1972, una mujer apareció en el hospital Cedro Senai en nada más que un vestido blanco cubierto de sangre. Esto no debería ser demasiado sorprendente, la gente a menudo tiene accidentes cerca y viene al hospital más cercano para la asistencia médica. Pero había dos cosas que causaron a la gente el deseo de vomitar y escapar de terror. El primero, es que ella no era exactamente un humano. Era algo parecido a un maniquí, pero tenía la destreza y la fluidez de un ser humano normal. Su cara, era tan impecable como los maniquíes, sin cejas ni maquillaje. La segunda razón por la cual la gente vomitaba o escapaba de terror, es que ella tenía un gatito apretado en medio sus dientes, sus mandíbulas apretaban de una manera tan fuerte al pequeño gatito al punto donde ningunos dientes podrían ser vistos, la sangre salía a chorro hacia fuera sobre su vestido y en el piso. Ella entonces lo sacó de su boca, lo abandonó y se desmayo. 

A partir del momento ella fue tomada a un espacio de hospital y limpiada antes de ser preparada para la sedación, ella se mostraba completamente tranquila, inexpresiva e inmóvil. Los doctores lo habían pensado mejor refrenarla hasta que las autoridades pudieran llegar y ella no protestó. Ellos eran incapaces de conseguir cualquier clase de respuesta de ella y la mayor parte de empleados se sintieron demasiado incómodos para mirar directamente ella por más que unos segundos. Pero cuando el personal intentó darle el calmante, ella se defendió con la fuerza extrema. Dos miembros de personal que la dominaban con su cuerpo se elevaron encima de la cama para sostenerla, su expresión estaba en blanco. Ella giró sus ojos impasibles hacia el doctor masculino e hizo algo insólito. Ella rió. En cuanto lo hizo la enfermera gritaba y quedando en shock se desmayo, ya que en la boca de la mujer no eran dientes humanos, solo unos puntos largos y agudos. 

Era demasiado el tiempo que la mujer tenia los dientes así que al incrustárselos en sus labios no sentía ningún dolor, el doctor la miró fijamente durante un momento antes de la petición ” Qué m***** es usted? ” Ella se libero de los doctores que aun la sostenían espantados, todavía sonriendo. Había una pausa larga, la seguridad había sido alertada y podría ser oída bajando el vestíbulo. Como ella los oyó, se lanzó adelante, hundiendo sus dientes en el cuello del Doctor, arrancando su yugular y dejándole caerse al piso, muriéndose… sobre el piso, él se ahogó sobre su propia sangre. Ella se levantó, su mirada era peligrosa como la vida descolorida de sus ojos. Ella se inclinó más cerca y susurró en el oído del Doctor muerto. “Yo…Soy. Dios.” Los ojos de los demás doctores llenos de miedo la miraron… ella muy calmada alejándose para saludar a los agentes de la seguridad. Cada vez que alguien mira sus dientes, se convierte en su bocadillo. 
La enfermera que sobrevivió el incidente la llamó “el Inexpresivo” y nunca más se supo de ella. 

Una foto:



Fuente: Forum Dofus

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Pokémon


Decidí compartir esta creepy con ustedes ya que me gusto mucho, busque al autor para darle credito aquí pero me fue imposible encontrarlo, así que puse la pagina donde vi esta historia.

“Logré salir…”

El entrenador Pokémon había pasado la semana entera en esas cavernas. Se había comido todo lo que había y había mantenido a sus Pokémon tan saludables como pudo… dadas las circunstancias. Y todo lo que podía ver era blanco.

“Tengo qué seguir…”

El joven entrenador continuó con su duelo mental, tratando de regresar incluso si sabía que no podía.

El entrenador miró su cinturón, o al menos lo que podía ver a través del clima, y agarró una Poké Ball. La bola contenía a su Pidgeot, que podía volar para sacarlo de ahí. Pero él sabía que no podía.

“¡No puedo volar así!”

Podía sentir la nieve volviéndose más gruesa, y su visión tornándose más y más blanca.

Trató de continuar, pero no podía hacer más que andar en círculos cada pocos pasos.

“No puedo regresar.
No puedo escapar del destino…”

“No puedo retroceder nunca.”

Con eso, continuó subiendo, presionando contra la blancura cegadora. Subió las rocas congeladas que formaban los riscos, con sus manos… sus manos congeladas.
No había nadie ahí…

“¿Vine hasta aquí para nada?”
No.
Tengo qué seguir.

No hay escape.”

Mientras continuaba, encontró unas escaleras. Escaleras que eran viejas y habían sido dejadas sin mantenimiento desde hace mucho. El entrenador se detuvo antes de subir.

“Tengo frío…”

Las lágrimas comenzaban a salir de sus ojos, hacia su rostro… solo para convertirse en escarcha por el viento gélido.

Entonces, mientras subía los escalones, su pie se quedó pegado. Había estado congelado en el suelo por segundos. Intentó quitarse el zapato para poder seguir, pero no lo logró. Estaba congelado totalmente.

Jaló y jaló, tratando de liberarse…
Y lo logró.

*SNAP*

Estaba libre. Colapsó en el suelo y siguió arrastrándose, sus manos quemándose en el suelo congelado. Miró hacia atrás, al punto en que se atoró, tratando de reconocer algo en medio de todo ese color blanco…
Solo para ver que su pierna seguía ahí.

“Está tan frío…”

Débilmente, continuó subiendo por el camino, la blancura volviéndose más y más densa con cada segundo. Hasta que, todo se detuvo… había llegado a la cima. La blancura se fue y todo se volvió visible de nuevo.

Y ahí estaba él…
El verdadero campeón.

Él estaba tan blanco como el entrenador, ahora capaz de ver qué había ocurrido consigo mismo. El entrenador  vió a un ratón en el hombro del amo, sobrenaturalmente blanco como el amo mismo. El amo no dijo nada.

Con una mano semi -congelada, el entrenador alcanzó su cinturón. Tomó una Poké Ball y la abrió.

“Ve… Meg-meganium…”

Meganium salió de su Poké Ball, con un enfermizo color gris-azulado en su piel. Antes de que el entrenador pudiese siquiera ordenar algo, colapsó… muerto.

El amo no dijo nada, siguió mirando al entrenador.

El entrenador procedió a enviar a todos sus Pokémon restantes… todos con el mismo resultado.

Muertos.
Todos muertos.

Con todos sus compañeros muertos, e incluso parte de su propia cara cayéndose a pedazos, se acercó al amo, intentando pedirle ayuda.

El amo le sonrió débilmente y se alejó con su Pikachu, desvaneciéndose en la blancura.

El entrenador miró a todos lados, intentando encontrar a donde había ido…
Pero no había nadie ahí…

Aquél al que había estado buscando ya no estaba más.

Su espíritu condenado a engañar a los mejores para que lo buscaran…

Sólo para hallar un fantasma.

“Madre…
Hace tanto frío…
No puedo seguir…”

El entrenador se arrastró al borde de la montaña y miró hacia abajo. Miró atrás, a los cuerpos muertos de sus mejores amigos y miró hacia abajó, hacia el fondo.

“Ha acabado…”

Saltó con toda la fuerza que le quedaba, dejando el resto de su pierna en el borde.

La blancura regresó, y cayó tan densa como antes, esperando a su próxima víctima



Fuente: Creepypasta en español

La tortura de la esperanza


Hace ya muchos años, al caer una tarde, el venerable Pedro Arbuez D’Espila, sexto prior de los Dominicanos de Segovia, el tercer gran inquisidor de España, seguido por un fray redentor, y precedido por dos familiares de Su Santidad, el último llevando un farol, hicieron su entrada en una catacumba subterránea. La cerradura de una enorme puerta crujió, y ellos ingresaron en una celda, donde la luz mortecina revelaba entre anillos sujetados a la pared un potro de tormento manchado de sangre, un brasero y una botija de barro. Sobre una pila de paja, cargado con grilletes, y con su cuello circunvalado por un aro metálico, estaba sentado un hombre muy demacrado, de edad incierta, vestido solo con harapos.

Este prisionero no era otro que Rabbi Aser Abarbanel, un judío de Aragón, quien fuera acusado de usura e impiedad por los pobres, y que había sido sometido diariamente a torturas por más de un año. Aún “su ceguera era tan densa como su recato” y se negaba a abjurar de su fe.

Orgulloso de una ascendencia que databa de cientos de años, orgulloso de sus ancestros, todos judíos dignos de su nombre, él descendía según el Talmud, de Otoniel, y consecuentemente de Ipsiboa, esposa del último juez de Israel, una circunstancia que había acrecentado su coraje entre las incesantes torturas. Con lágrimas en sus ojos, el venerable Pedro Arbuez D’Espila, dirigiéndose al estremecido rabbi, le recomendó:

- Hijo mío, alégrate: tu proceso está por llegar a su fin. Si en la presencia de tal obstinación fui forzado a permitir, con profundo desagrado, el uso de gran severidad, mi tarea de fraternal corrección tiene sus límites. Tu eres la higuera que, habiendo fallado en muchas temporadas en dar sus frutos, al final se marchitó, pero solamente Dios puede juzgar tu alma. Tal vez, la Infinita Piedad brille sobre tí en el último momento. Nosotros así lo esperamos. Hay ejemplos. Entonces duerme bien por la noche. Mañana serás incluído en un auto de fe: esto es, serás expuesto al quemadero, las llamas simbólicas del Fuego Eterno: solo quema, mi hijo, a la distancia; y la Muerte tardará al menos dos (hasta tres) horas en venir, en cuenta de los vendajes húmedos y helados con los que envolvemos las cabezas y corazones de los condenados. Habrá otros cuarenta y tres contigo. Te ubicarás en la última fila, para que tengas tiempo de invocar a Dios y ofrecerle a Él tu bautismo de fuego, que será del Espíritu Santo.

Con estas palabras, habiendo señalado a los guardias para desencadenar al prisionero, el prior lo abrazó tiernamente. Entonces fue el turno del fray redentor, quien, en un tono bajo, por el perdón para el judío por el que se lo había hecho sufrir con el propósito de redimirlo; entonces los dos familiares silenciosamente lo besaron. Luego de esta ceremonia, el cautivo fue soltado, solitario y desconcertado, en la oscuridad.

Rabbi Aser Abarbanel, con labios emparchados y el rostro consumido por el sufrimiento, al principio se quedó mirando fijamente las puertas cerradas de su celda. ¿Cerradas? La palabra inconscientemente rozó un vago capricho en su mente, el capricho que había tenido por un instante al ver la luz de las linternas a través de una grieta entre la puerta y la pared. Una mórbida idea de esperanza, debido a la debilidad de su mente, se agitó en su entera humanidad. Él se arrastró a través de la extraña visión. Entonces, muy cautelosamente, deslizó un dedo en la hendidura, provocando la apertura de la puerta delante suyo. ¡Maravilloso! Por un extraordinario accidente el familiar que la cerró había girado la pesada llave de manera que el pestillo no había entrado en el hueco, y las puertas giraron sobre sus bisagras.

El Rabbi se aventuró con su mirada hacia afuera. Con la ayuda de un polvillo luminoso, él distinguió primeramente un semicírculo de paredes a través de las que se proyectaba una escalera; y opuesto a él, en la cima de seis peldaños de piedra, una especie de portal negro, que se abría a un inmenso corredor, cuyos primeros ángulos eran visibles desde abajo.

Esperanzado se arrastró hasta el umbral. Sí, era realmente un corredor, pero parecía interminable. Una anémica luz lo iluminaba: eran lámparas suspendidas desde el abovedado cielo raso que iluminaban a intervalos deslucido matiz del ambiente, la distancia era cubierta en sombras. No había una puerta en todo el pasillo. Unicamente, a un lado, el izquierdo, había pesadas troneras enrejadas, hundidos en las paredes, lo que dejaba pasar una luz que bien podía ser de la tarde. ¡Y qué terrible silencio! La vacilante esperanza del judío era tenaz ya que podría ser la última.

Sin dubitación, se aventuró en el pabellón, siempre bajo las troneras, tratando de convertirse a sí mismo en parte de la oscuridad de las paredes. Él avanzó lentamente, arrastrándose cuerpo a tierra, acallando los gritos de dolor cuando alguna herida abierta enviaba una aguda punzada a través de su cuerpo.

Súbitamente el sonido de unos pasos que se acercaban alcanzó su oído. Él tembló violentamente, y el miedo se reprimió, su vista se nubló. Bien, eso fue todo, no había duda. Se comprimió en un hueco, y medio muerto de miedo, esperó.

Era un familiar que venía apresurado. Él pasó velozmente, llevando en su mano fuertemente asido un instrumento de tortura, una espantosa figura, y luego desapareció. El pánico en que el rabbi entró pareció haber suspendido sus funciones vitales, y él estuvo cerca de una hora incapaz de moverse. Temiendo que las torturas se reiniciaran si era atrapado, pensó en regresar a su calabozo. Pero la vieja esperanza susurraba en su alma ese divino “tal vez” que nos consuela en las horas de peor dolor. Un milagro se había operado. Él no tenía que dudar ya más. Comenzó a reptar hacia su chance de escapar. Exausto por el sufrimiento y hambriento, estremecido del dolor, él se apuró a continuar. El sepulcral corredor pareció extenderse misteriosamente, mientras él, aún avanzando, miraba en la oscuridad en donde había más posibilidades de escape.

¡Oh, oh! Nuevamente escuchaba pasos, pero esta vez eran más lentos, más pesados. Las formas negra y blanca de dos inquisidores aparecieron, emergiendo de la oscuridad. Estaban conversando en tono bajo, y parecían discutir sobre algún asunto importante, ya que gesticulaban con vehemencia.

En vista de este espectáculo, Rabbi Aser Abarbanel cerró sus ojos; su corazón latía tan violentamente que casi lo estaba sofocando; sus harapos se humedecieron con el sudor frío de la agonía; él permaneció inmóvil pegado a la pared, su boca abierta, bajo los rayos de una lámpara, rezando al Dios de David.

Justamente enfrente a él, los dos inquisidores tomaron una pausa bajo la luz de la lámpara, indudablemente debido a algún accidente durante el curso de sus argumentaciones. Uno, mientras escuchaba a su compañero, contempló al rabbi. Y, bajo su vista, él se imaginó de nuevo sintiendo las ardientes tenazas quemando sus carnes, él era una vez más un hombre torturado. Desfalleciente, casi sin aliento, con párpados trémulos, él tembló al contacto con la sotana del monje. Pero, extrañamente aunque por un hecho natural, el vistazo del inquisidor no fue otro que el de un hombre evidentemente absorto en su conversación, fascinado por lo que estaba escuchando; sus ojos se clavaron y pareció mirar al judío sin llegar a verlo.

De hecho, luego del lapso de un par de minutos, las dos oscuras figuras lentamente siguieron su camino, aún conversando en tono bajo, hacia el mismo lugar del que el prisionero venía. Él no había sido visto. Entre la horrible confusión en la mente del rabbi, la idea se disparó en su cerebro: ‘¿Puedo estar muerto que ellos no llegan a verme?’ Una horrible impresión lo atacó desde su letargo: mirando hacia la pared contra la cual su cara se pegó, él imaginó estar en presencia, dos feroces ojos que le miraban. Volvió su cabeza hacia atrás en un súbito frenesí de pavor, su cabello se encrespó. ¡Aún no! No. Su mano estuvo a tientas sobre las piedras: era el reflejo de los ojos del inquisidor, aún impresionados en su retina.

¡Adelante! Él tenía que apurarse hacia su ilusión de salvación, a través de la oscuridad, ya que estaba a unos treinta pasos de distancia. Él puso más velocidad a sus rodillas, sus manos, para poder verse a salvo de aquella pesadilla, y pronto entró en la porción de penumbra del terrible corredor.

Súbitamente el pobre miserable sintió una ráfaga de aire frío en las manos; venía desde bajo la pequeña puerta que estaba al final de las dos paredes.

Oh, Cielos, si esta puerta pudiera ser abierta. Todos los nervios del miserable cuerpo del fugitivo se tensaron en la esperanza. Examinó la puerta desde el piso hasta el marco superior, apenas era capaz de distinguir su contorno a pesar de la oscuridad reinante. Él pasó su mano sobre la puerta: no tenía cerradura, ¡no había cerradura! ¡Un picaporte! La empujó, el picaporte cedió a la presión de su pulgar: la puerta silenciosamente se abrió delante de él.

- ¡ Aleluya! -murmuró el rabbi en una muestra de gratitud que, estando en el umbral, mientras contemplaba la escena delante de él.

La puerta se había abierto a un jardín, enmarcado en un cielo astrífero, ¡en primavera, libertad, vida! Se revelaban los campos vecinos, donde se dilataban las sierras, cuyas sinuosas líneas azules se recortaban contra el horizonte. ¡Por fin la libertad! ¡Oh, el escape! Él podría pasar toda la noche bajo los limoneros, cuyas fragancias lo embargaban. Una vez en las montañas estaría libre y seguro. Inhaló el delicioso aire; la briza lo revivió, sus pulmones se expandieron. Sintió en su corazón las Veniforas de Lázaro. Y para agradecer una vez más a Dios que le había otorgado su Gracia, él extendió sus brazos, elevando sus ojos al Cielo. ¡Fue un éxtasis de felicidad!

Entonces él imaginó que veía la sombra de sus brazos acercarse a sí, creyendo que estos oscuros brazos lo rodeaban, y como que era afectuosamente presionado contra el pecho de alguien. Una figura alta estaba frente a él. Él bajo sus ojos, y permaneció inmovil, jadeando para respirar, deslumbrado, con la vista fija, atontado por el terror.

¡Horror! Él estaba en el abrazo del Gran Inquisidor, el venerable Pedro Arbuez D’Espila, que lo contemplaba con ojos húmedos de lágrimas, como un buen pastor que ha encontrado a su oveja descarriada.

El oscuro sacerdote presionó al desventurado judío contra su corazón con enorme fervor, con un arranque de amor, que el filo de la toga friccionó el pecho del domínico. Y mientras Aser Abarbanel con ojos desorbitados gemía en agonía del abrazo del místico, vagamente comprendió que todas las fases de su fatal tarde fueron únicamente parte de una tortura premeditada, la de la Esperanza. El Gran Inquisidor, con un acento de reprobación y una mirada de consternación, murmuró en su oído, su respiración árida y ardiente de un largo ayuno:

- ¡Qué, hijo mío! En la víspera, probablemente, de tu salvación, deseas dejarnos?

Fuente: Creepypasta en español

El precio del conocimiento


Hay cientos de fórmulas  y métodos  que tratan de cómo funciona el mundo y sus muchos misterios. Matemáticos, filosóficos y científicos; toma los que más te gusten y puede que te sirvan para contestar esos pequeños interrogantes que te hacen recapacitar y replantearte unos minutos. Pero aun no hay una forma para desenmarañar aquellos misterios que realmente remueven la curiosidad humana hasta sus raíces. O por lo menos aun no hay un método “seguro” para hacerlo.

Belcebú no solo es un demonio que goza de masticar los cadáveres putrefactos de aquellos que venden su alma a Satanás. Pasa y resulta que sus miles de años también le han dado gran sabiduría, la cual siempre está dispuesto a compartir con los mortales, claro, si pueden pagarla.

Si tu curiosidad es tan grande como para que tus dudas te perforen el cerebro por la noche y no te dejen dormir, esta es una solución rápida, pero debo de advertirte  que pase lo que pase, siempre saldrás perdiendo. Por supuesto que también hay mucho que ganar, pero la gran interrogante es ¿Cuánto estás dispuesto a perder por el conocimiento?

Si tu principal preocupación es convocar Belcebú, y que este te engañé y sufrir por nada, puedes estar tranquilo. Pues Belcebú cobra caro porque lo que tiene de sanguinario lo tiene también de honesto.

Para convocarlo necesitas dos velas –no importa el tamaño, la forma ni el color, solo asegúrate de que puedas ver con la luz de la que te proveerán-, algo con que encenderlas, un espejo de mano de buen tamaño, un cuchillo bien afilado, un martillo y un trozo de carne roja lo suficientemente podrida como para a atraer moscas, puesto estas intentado atraer a la reina de todas.

Debes de estar completamente solo en una habitación con puertas y ventanas cerradas. Totalmente a oscuras, sentado en el suelo con todos los elementos antes mencionados durante una noche de luna llena, preferentemente a eso de las 3 am., a esa hora la frontera entre este mundo y el otro es más delgada.

Coloca la carne frente a ti, a  poco más de metro y medio, y entre tú y ella, las dos velas con el espejo, el martillo y el cuchillo en medio.

Toma el martillo y rompe poco menos de la mitad del espejo, y muélelo tanto como puedas. Toma el vidrio molido con tu mano hábil  y apriétalo con todas tus fuerzas, lo suficiente para que el vidrio se incruste en tu carne y lo suficiente como para que la sangre no se filtre. Mientras, clavas la mirada en el trozo sano de espejo y espera.

Cuando creas que ya pasaron 5 minutos más o menos parpadea lentamente 3 veces y cuando abras lo ojos la tercera vez tu reflejo tendrá las cuencas vacías y te sonreirá levemente. Ahora debes aflojar tu puño derecho y dejar gotear la sangre sobre el espejo hasta que te sea imposible ver tu reflejo.  A continuación sopla las velas y quédate quieto con los ojos serrados.

Escucharas como el aleteo de las moscas que rondan el pedazo de carne se hace cada vez más fuerte, hasta el punto que pasa de ser solo molesto a ensordecedor  y tan de repente como comenzó, cesará.

Felicidades, si llegaste hasta aquí, Belcebú ya está en la misma habitación  que tu.

Escucharás como  se acerca a ti, caminando con sus seis delgadas patas al ras del suelo y sube por el brazo con el que sostenías el vidrio molido, hasta pararse en tu hombro. Luego meterá su larga y delgada lengua en tu oído. El te esta probando y no tocará tu ofrenda hasta que termine. No te asustes, el no te hará daño, si considera que no vales la pena solo se irá y se llevará la oreja en la que esta hurgando como pago por molestarlo.

Si pasas su prueba se bajara de ti y se comerá la carne podrida que le ofreciste.

Debo recordarte que en ningún momento abras lo ojos, sobre todo llegado este punto.  Es de mala educación mirar a alguien cuando está comiendo y es una de las cosas que más odia Belcebú.

Cuando el termine de comer las velas se encenderán solas y te agradecerá por la comida. Es ahora cuando puede abrir los ojos y trata de mantener la compostura por mas desagradable que sea lo que veras. Lo que veras es una copia exacta de ti mismo pero con las cuencas oculares vacías, desnudo y la carne de ese cuerpo en pleno estado de descomposición. Quizá lo siguiente más inquietante sea la mosca del tamaño de un ave pequeña que se posa en el hombro de tu copia. No te confundas ese que estás viendo no es Belcebú tomando tu forma, es tu reflejo y es también la primer cuota que pagar por haberlo convocado.

Ahora que el primer pago está saldado puedes hacerle todas  preguntas que queras y cuales quieras, el te contestará con certeza y honestidad. Puedes preguntarle donde esta cualquier persona, el significado de la vida e incluso los números de la lotería. Pero cuidado porque con tu reflejo solo pagaste por algunas preguntas y no todas valen lo mismo.

El te avisará cuando ya esté saldada la deuda y te ofrecerá más respuestas si las quieres. Pero a diferencia de la vez anterior primero te dará tu respuesta y después te cobrará. ten mucho cuidado porque nunca podrás estar seguro de cuánto vale la respuesta y Belcebú no te lo dirá hasta que cierres el trato y estés obligado a pagar.

Si decidiste continuar el te pedirá algo después de cada pregunta que le hagas y sin importar que sea dáselo. He aquí cuando entra en juego el cuchillo. Belcebú adora la carne y si aceptó presentarse ante ti es porque, cuando lamió tu oído, le gustó tu sabor y lo mas probable es que te pida un poco de ti para saborear.

Sea cual sea tu decisión hay tres cosas que serán inevitables.

LA primera es que Belcebú escupirá sangre sobre la tuya derramada sobre el espejo, y con ello hará una piedra ovalada, pequeña y extrañamente bonita, una piedra mermante de sangre. Él te la obsequiará, es como su tarjeta de presentación y de ahora en adelante estas en su lista de clientes permanentemente. Cuando quieras el se aparecerá para sellar otro trato y tal vez también se presente cuando tu no quieras, pero siempre que el se haga presente deberás hacerle una pregunta y dejar que se lleve algo.

La segunda, es que cada vez que te veas al espejo veras ese tú putrefacto sin ojos, furioso, golpeando el vidrio que los separa, intentando llegar a ti,  mientras esa mosca que se apoyaba en su hombro aquella noche, se alimenta de él. Estate tranquilo pues estas fuera del alcance de sus manos, pero no del de sus gritos de dolor, de sus amenazas y de sus llantos. Es algo muy desagradable y vale aclarar que seras el único capas de ver ese tu reflejado, el resto de las personas no vera un reflejo normas y corriente.

Y la tercera y probablemente la peor. Cuando formes tu familia, si no lo has hecho ya, será tuya y como todo lo que te pertenece, y te pertenecerá, figura en el contrato. Él puede reclamarlo  como pago la próxima vez que aparezca.

Fuente: Creepypasta en español

Los Thompsons, la pareja de maníacos


Cada vez que llega invierno, la Sra Thompson junto con su esposo Frederick Arnold Thompson despejaban su casa de Mannhatan de la nieve que cubría la entrada, ponían las luces de colores llamativas alrededor del tejado y armaban un pequeño pino de navidad frente al buzón de mensajes. Siempre me parecieron agradables, buenas personas, trabajadoras y muy dedicadas con todas las cosas que hicieran. La Sra Thompson llevaba por nombre Magdalena Rosa de Thompson, medía no más de un metro sesenta, su edad no alcanzaba los cincuenta, aunque si deducía su edad mediante sus ojos seguramente calcularía noventa años, era muy alegre y le gustaba mas que todo mantenerse en casa y hacer lo quehaceres. El Sr Thompson era todo lo contrario, medía un poco más de lo que la Sra Thompson medía, era calvo y su cara era muy simpática, seguramente tenía cincuenta años. Eran el uno para el otro. Para mi ellos merecían un premio a la mejor pareja. O por lo menos eso creía.

Yo tenía 18 años y estaba preparado para rentar un apartamento cercano y partir a la universidad, ese mismo año los Thompson no dedicaron tiempo como todos los años a despejar la entrada y a adornar con hermosas luces el tejado. Estaba solo en mi casa y extrañado, no era común, si la Sra Thompson no hubiera salido y vuelto a entrar yo hubiera llamado a la policía, pero de haber sabido lo que estaba ocurriendo ahí dentro hubiera llamado a la policía sin premeditarlo. La Sra Thompson salió de su casa no más de tres minutos a echar un vistazo por los alrededores, sentí que si me miraba algo malo ocurriría, así que apagué la luz de mi habitación y me escondí tras mi escritorio.
La Sra Thompson volteó unos minutos a mi habitación, yo estaba helado y tragaba saliva por montones, no recuerdo porqué estaba tan asustado, pero que bueno que lo estaba. Una vez que confirmó lo que quería confirmar se volvió hacia su puerta y entró muy despacio, como si no quisiera llamar la atención. Pude ver por la ventana como tomaba un taladro con la mano derecha y una cámara con la mano izquierda, o tal vez era al revés, no lo recuerdo. Bajó con dureza al sótano y la perdí de vista una vez que bajó lo suficiente. Mi curiosidad por saber qué ocurría en el sótano de los Thompson me venció en una batalla interna, y me decidí por acercarme y entrar con silencio. Mi mano derecha aún sujetaba el teléfono que iba a utilizar para llamar a la policía, no recordaba que aún lo tenía. Tomé un cuchillo y lo puse en mi bolsillo trasero, podría defenderme de lo que sucediera, aunque no me sentía del todo seguro. Salí de mi casa con mucho cuidado para no levantar sospechas. La casa de los Thompson quedaba justo enfrente de la mía así que solo tuve que agacharme y esconderme tras los potes de basura y mirar a los lados para asegurarme de que todo marchaba bien. La oscuridad de la noche me envolvió y poco a poco mi visibilidad se tornaba más desenfocada, llegué a la puerta y con mi cuchillo la forcé y abrió. Volví a guardarme el cuchillo en el bolsillo trasero. Entonces entré y la puerta se cerró con suavidad a mis espaldas, la poca luz que alumbraba la sala era de color naranja opaco, noté que todos los muebles estaban cubiertos con plástico, como para que no se ensuciaran. Encontré la escalera que daba al sótano y bajé despacio, con cada escalón que pisaba la tensión aumentaba, comencé a temblar y sudar, sentía incluso que mis ojos temblaban, mis palpitaciones se volvían más consecutivas y un dolor de cabeza que me quitaba el equilibrio. Un agudo sonido, como de un televisor recién encendido, aumentaba mientras me acercaba a la puerta. Tenía dos miedos, ¿qué pasa detrás de esa puerta? y ¿cuándo saldrá alguien nuevamente de esa puerta? Mi cuerpo me exigía salir corriendo y esconderme bajo mi cama, pero me abstuve de ese deseo y continué bajando la escalera. Finalmente llegué a la puerta la cual abrí lo más modesto posible, sin hacer ruido. Mis ojos no estaban preparados para lo que verían a continuación.

La Sra Thompson sostenía la cámara la cual apuntaba a un hombre de no más 28 años, estaba atado con ambas manos en la espalda a un silla de metal envuelta por el plástico que había visto antes. El hombre estaba inconsciente mientras la pareja arreglaba una especie de estudio para grabar. El señor Thompson se puso una máscara blanca la cual solo tenía orificios en la nariz y los ojos acompañado con un traje negro que cubría el cuerpo de ese maniático. Sostuvieron un diálogo corto:

- Maldición Arnold, date prisa, está por despertar.
- ¿Dónde está el taladro? – La Sra Thompson le alcanza el taladro.
- No cometas errores, y no lo hagas breve, hazlo sufrir.
- No me digas lo que debo hacer, yo sé como matarlo.

Una vez que escuché la palabra “matarlo”, mi cuerpo se paralizó totalmente, me mantuve en un estado de shock. El hombre comenzó a despertar tras toser y dar profundas respiraciones. Entonces despertó.

- ¿En dónde estoy? ¿Quienes son ustedes?-Intentó levantarse de la silla, pero fue inútil.- Malditos, ¡exijo que se me libere!

La Sra Thompson comenzó a grabar, mientras Arnold encendía el taladro.

- ¿Qué me van a hacer?

Entonces Arnold acercaba y alejaba el taladro de sus ojos, lo ponía tan cerca que parecía que ya hubiera traspasado el cráneo de ese hombre. Tomó su mano y la taladró hasta atravesarla, el hombre gritaba a y lloraba con una incomparable fuerza. Volvió a hacer el movimiento con el taladro y los ojos, lo acercaba y lo alejaba. Tomó la otra mano del sujeto y taladró dedo por dedo, hasta arrancar el último de los dedos que se mantenía en buen estado. El Sr Thompson debió darse cuenta de que el sujeto estaba por desmayarse porque procedió a inyectarle una sustancia que lo mantendría despierto durante toda la sesión.

Retomó nuevamente el movimiento con el taladro y los ojos del pobre hombre agonizante, no contuve más mi cuerpo y grité y vomite en el piso. Mi grito desconcertó a Arnold, quien terminó taladrando el ojo y atravesando totalmente la cabeza del hombre. El hombre murió tras sangrar cantidades monstruosas de sangre por el orificio que alguna vez tuvo ojo.

- ¡Mierda! ¡Maldición!- Exclamó Arnold.- ¡Lo he matado!

Perdí la conciencia inmediatamente. Cuando desperté me encontraba en la silla donde estaba anteriormente el hombre. El señor y la señora Thompson me miraban con desprecio, esta vez el Sr Thompson no llevaba mascara.

- Mira lo que me hiciste hacer. Solo logré hacer sufrir a ese hombre por un minuto. ¡Un maldito minuto! ¿Crees que eso le interesa a nuestros clientes?- El Sr Thompson se acercó a mi cara.- No importa, ¿sabes porqué? ¡Te mataré a ti y compensaré lo que me haz hecho hacer!- Se volvió hacia la Sra Thompson.- Voy al baño, necesito un respiro.

Mientras Arnold se retiraba al baño, la Sra Thompson se mantenía mirandome con una mirada profunda y perturbadora. No sabía que hacer, solo escuchaba a Arnold lavarse la cara en el lavamanos y una luz blanca no me permitía ver bien el resto de lugar. La tensión aumentó cuando Arnold abrió la puerta y se acercaba hacia mi. Comencé a llorar, retorcerme en la silla, los pasos de Arnold lograron hacerme sudar, todo había acabado, me mataría cruelmente después de torturarme y grabar mi muerte. Pero entonces recordé, tengo un cuchillo en mi bolsillo trasero. Tomé el cuchillo de la mejor forma que pude, y comencé a cortar la cuerda que me sujetaba. La cuerda era gruesa, tardaría unos minutos en lograr cortarla y finalmente liberarme. El Sr Thompson tomó el taladro, lo encendió y me miró.

- ¿Cómo se prepara nuestro personaje principal?

Se puso la máscara y comenzó a acercar y a alejar el taladro de mi ojo derecho, yo cortaba con todas mi ganas la cuerda. Tomó mi pierna y levantó el taladro y lo dejó caer sobre mi pierna, pero justo antes de que lograra tocarme, logré soltarme y lo esquivé. La pareja de psicópatas estaban sorprendidos. Me apresuré a cortar la máscara del Sr Thompson, con tal fuerza que logré tocar su cara con el cuchillo. La Sra Thompson trató de atraparme pero clave el cuchillo en su mano lo cual la detuvo, intenté abrir la puerta del sótano pero estaba cerrada con llave esta vez. El Sr Thompson se me acercaba mientras gemía por la cortada en su cara. No recuerdo como, pero obtuve tanta fuerza que derribé la puerta y corrí hacia fuera, logré salir de esa casa y me dirigí a la mía. Cerré todas las puertas con seguro y llegué a mi cuarto, tomé el teléfono y llamé a la policía, desde mi ventana se veían a los Thompson salir corriendo a mi casa. No lograron abrir la puerta de entrada así que rompieron la ventana. Entonces la policía contestó:

- Estación de policía, ¿qué ocurre?
- ¡Unos asesino están en mi casa!
- ¿Dónde se encuentra?
- ¡En la calle Orlando, casa 24!
- Una patrulla va en camino.

Solo debía esperar a la policía, pero no sabía si lograría aguantar mucho tiempo más. La puerta de mi habitación comenzó a sonar.

- ¡Te voy a matar desgraciado!

Me apresuré a poner cualquier obstáculo frente a la puerta que impidiera que alguien entrara. Cama, escritorio, biblioteca, todo era útil. Entonces finalmente las sirenas sonaron por la calle, alumbrando inclusive mi habitación. La puerta dejó de sonar. Los policías registraron el lugar y finalmente me pusieron a salvo.

Al día siguiente se registró la muerte del sujeto que había muerto por obra del taladro de Arnold como evidencia. Se encontraron diferentes videos que mostraban grotescas masacres a personas. En toda la casa se encontraron alrededor de 85 cuerpos. Me interrogaron y les dije todo lo que había pasado y todo lo que sabía. Nunca se encontraron documentos donde aparecieran los Thompson. Hoy, 16 de diciembre después de siete años de lo acontecido, escribo esto porque el video donde el hombre murió por el taladro en la cabeza, me llegó por correo con una nota: “¿Estás listo para la secuela?”.

Nunca sabré a dónde se fueron los Thompson, solo sé que siempre los recordaré como la pareja de maníacos


Fuente: Creepypasta en español

Hélen


Se dice que Hélen es una clase de sucubo muy especial, carece de ojos y de piernas. Se cuenta que seduce a los hombres usando los recuerdos de viejos amores. Necesita de sangre de virgenes jovenes para vivir y ser eternamente joven. Hélen guarda con ella un reloj de bolsillo pues esta obsesionada con el tiempo. Todo lo que ha pasado y todo lo que ha de pasar se encuentra en su agenda. Guarda los ojos de sus victimas como coleccionista y suele usarlos como prendas. Ingiere el tiempo de los hombres y los hace olvidar su alrededor, pierden su vida lentamente mientras Hélen debora sus almas, dejan de tener interes en nada que no sea ella hasta que mueren de soledad. Su gran belleza le ayuda a conquistar a los pobres enamorados que alguna vez perdieron a quien amaban. Sus cabellos negros y largos y sus labios rojos y carnosos son las herramientas perfectas para atraer a sus victimas a su red.

Núnca pensé en dejarla. Ella era el amor de mi vida y núnca imaginé siquiera un futuro sin su presencia.

Esa noche estaba solo en mi habitación leyendo historias en la computadora mientras escuchaba musica. Apareció una solicitud para el videochat, era Natalia. Nunca antes habia visto chica tan hermosa como ella. su tez era blanca como la nieve y su cabello era tan castaño como dorado. El brillo de sus ojos verdes como esmeraldas, solo superado por el de su sonrisa cuando estaba felíz era la luz de mis mañanas. Ella era mi sol y mi luna y mi ser plañia por verla, y ahí estaba ahora, esperando al otro lado de la linea por una respuesta.

-Hola!- dijo entusiasmada -¿Cómo estas?-. -Triste- Respondí yo con voz melancolica -Triste por que no estas aqui-. Ella rió por lo bajo y cmenzamos a conversar. Le conté acerca de las historias que habia leido y ella me habló de su día. Así transcurrió la noche hasta que eschuche un ruido fuerte al otro lado del monitor. Natalia gritó por auxilio y salí corriendo hacia su casa, por suerte solo vivía a 3 cuadras de la mia.

Tomé mi celular y llamé a emergencias, despues de varios intentos por explicar lo sucedido, la operadora dijo que enviarian unidades de inmediato. Mientras tanto yo ya habia llegado a la puerta de su casa.

La puerta estaba entreabierta y oí un forcejeo en la parte alta. Encontré a sus padres en la sala, muertos.Subí rapidamente las escaleras, pero era demasiado tarde. Llegué para encontrar a lo que quedaba de mi amada tirada sobre la alfombra como un trapo viejo, una ventana rota y una sombra alejandose en la distancia. La sostuve en mis brazos y llore su pérdida como no habia llorado nunca. Su fragil ser estaba hecho trizas. Cada hueso de su cuerpo habia sido destrozado, parecía que mil navajas hubieran atravesado su piel, desgarrando cada centimetro de ella en un agonizante canto de sufrimmiento. Pero lo pero llego cuando miré su rostro. Sus ojos, sus hermosos ojos verdes se habian ido, y su gesto estaba congelado en un aterrador grito de pánico.

La policía llegó y dijeron que jamas habian visto nada parecido. La casa de Natalia estaba cubierta de sangre y no había rastro del responsable. Lo unico que pudo ser considerado como una pista, fue una “H” marcada en el abdomen de Mi Niña.

Organizé un pequeño funeral para Natalia y su familia. Fué muy emotivo. Toda su familia y amigos asisitimos, pero hubo una mujer que llamó mi atención. Era muy alta y tenía el cabello negro, tenía un vestido negro de coctél y los labios estaban pintados de un rojo carmesí muy fuerte. Cuando me acerqué para hablar con ella, ya había desaparecido.

Durante las siguientes semanas, hubo rumores de que el asesino había estado ocupado. Varias de las chicas de mi escuela dejaron de ir misteriosamente. Algunos de mis compañeros dijeron haber visto lo que sucedio, pues eran sus vecinos. Todos dieron la misma descripcón a la policia. “Una mujer salió volando de las casas de las chicas”. Los que dijeron haberla visto mejor, dijeron que no tenia ojos ni piernas. Dijeron que salió volando solo mirando un reloj de bolsillo, como si tuviera mucha prisa.

Hoy en día me siento mejor. los asesinatos se detuvieron y he tenido tiempo para pensar. Ayer conocí a una chica muy linda, tiene el cabello negro y la piel blanca, sus ojos se parecen mucho a los de natalia. Se llama Hélen.

Fuente: Creepypasta en español

Jessie no estaba sola...


Jessie miró los ojos azules de su esposo, gustaba de verlos cuando estaban haciendo el amor, el arriba ella abajo, esos ojos encantadores que le provocaban cosquilleo y un escalofrio encantador que le recorría la espalda.

Era una noche tranquila, caía una llovizna pasajera y el clima había bajado considerablemente, eso no era algo que le molestara a Jessie, el clima era encantador, mientras se encontrara bajo sabanas con su esposo, era lo mejor que podía pasar ese fin de semana, uno casi como cualquiera, a sabiendas de que el día siguiente se iban a levantar muy tarde nada importaba, solamente ellos y la soledad que cubría la casa.

El chisporroteo líquido de la lluvia que caía en el tejado empezaba a tornarse más fuerte, Jessie lo disfrutaba más aun. Era extraño, muchos prefieren un día soleado, Jessie no, la lluvia era algo que disfrutaba cada vez que ocurría.

El sonido de los autos decaía, la noche estaba muy entrada y la lluvia continuaba como si nunca fuese a cesar. ¿Pero que importaba? Todo iba bien para Jessie y su esposo, todo iba bien, y de vez en cuando dirigía su vista al techo donde las gotas de lluvia caían en el vidrio que adornaba la cúpula del cuarto, idea de su esposo, decía él que era mejor la luz del día filtrándose por la cúpula de vidrio que un bombillo amarillo y sin vida.

Jessie miraba los ojos azules de su esposo, no podía contenerse, le fascinaban, y al compás de la lluvia que caía más fuerte, Jessie lo disfrutaba.

Jessie dirigió la vista a la cúpula, con asombro notó que una figura negra se movía como mirando la escena debajo de él, Ema no presto atención mas de la debida, seguramente era un gato, y evidentemente lo era, ahí en la cúpula un destello de un relámpago iluminó aquel animal de negro pelaje que los miraba con gran escrutinio.

Jessie no disfrutaba ser observada, quitó la vista del techo y no mencionó nada a su esposo, no importaba, solo importaban ellos.

Los relámpagos cubrían de sombras el cuarto de Jessie, y no solo las ramas de los arboles que figuraban extraños seres como si maquinaran cosas oscuras empezaron a perturbar a Jessie, no, no solamente eso, sino también la silueta del gato negro que se magnificaba en la distancia de la sombra.

Jessie dejó de ver los ojos azules de su esposo y dirigió su miraba al techo, ahí seguía el gato negro observándolos, casi podría decirse que lo hacia por placer mas que curiosidad gatuna.

Un grito suave y desesperado levanto al esposo de Jessie, y desconcertado escuchó lo que Jessie le explicaba del gato, gato que ya no se encontraba en el techo, para molestia de Jessie, pero si, estaba segura que lo había visto, casi revolcándose del placer de ver una pareja a metros por debajo de él.

Jessie trataba de explicarle que no era un gato común, ¿a que gato se le ocurre observar una pareja mientras le caen cantidades de agua?, no lo soportaba y no pensaba seguir con todo aquello, no era un gato normal, le decía a su desconcertado esposo, un gato normal no mira fijamente y figura una sonrisa, no era un gato normal.

Jessie miró los ojos azules de su esposo y lo obligó a deshacerse del gato que le provocaba un temor indescriptible.

Esperó por un buen tiempo sentada en el borde de la cama, tal vez una hora, tal vez solamente dos minutos, pero Jessie le parecieron una eternidad, la lluvia no menguaba y los relámpagos no dejaban de iluminar la alcoba, esperaba a su esposo y volver a ver sus ojos azules.

Jessie se arrojó de espalda en la cama y cerró sus ojos, creyó caer en un sueño, tal vez solo se sentía cansada, esperaba a su esposo, y este no llegaba.

Sintió unas manos frías pero conocidas que recorrían sus piernas, sonrió pensando que su esposo estaba de nuevo con ella, no abrió los ojos, solo disfrutaba el momento, ya no importaba nada, ya todo iba a ir bien, abrazó a su esposo mientras este besaba su cuello.

Jessie abrió los ojos, la paz que sentía era inmensa, dirigió su mirada al techo, y ahí estaba de nuevo, sentado observando con una mirada desesperada, tratando de rasgar el vidrio que lo separaba de la escena allá abajo, Jessie calló, noto algo mas en el gato, sus ojos, sus ojos eran azules.



Jessie no miró los ojos de su esposo…

Fuente: Creepypasta en español

martes, 11 de septiembre de 2012

El teléfono público


-Este chico si que es irresponsable- Me quejaba yo por las 2 horas que se demoraba mi amigo Dayer, quien con su voz de ”niño bueno” nos dijo ”a las 10 am estoy en el parque”,  y solo estabamos yo y mi otro amigo Jose Luis.

A Jose Luis no parecia importarle mucho, el se distraia viendo a los niños jugar futbol, ”que mal juegan” me decia. En un momento de aburrimiento, decidimos echar una siesta en el parque mientras esperabamos que Dayer llegara, después de todo, sin el no podiamos ir a un lugar, que no especifico pero solo digo que el solo nos podia dejar entrar. Antes de echarme a dormir, pude notar a una chica hablando por el telefono publico, solo me fije, no le preste atención y me heche a dormir.

Una rama que me cayó del arbol bajo el cual dormia me hizo saltar de golpe. Lo primero que hize fue fijarme la hora.

-25 minutos y ese idiota no llama- dije yo volviendo a quejarme del irresponsable de mi amigo.
-Dale mas tiempo, y no me hables que quiero dormir- me dijo Jose Luis, quien fue el primero en llegar, y claro, el primero en cortar su sueño.

En eso al voltearme para volver a mi siesta, veo que la chica seguia hablando por el teléfono público, lo raro era que desde que la vi, ella no hablaba, parecia más bien que estaba escuchando. Ya habian pasado 25 minutos o mas desde que la vi, quien sabe desde que momento haya estado ahi, y de por si no es normal que una persona este tanto tiempo en un teléfono público.

-Cuantas monedas habrá gastado- me dije pensativo, y decidí en vez de dormir, observarla.

Mis ojos se rendian ante el sueño, pero yo seguia mirandola. Habrían pasado unos 15 minutos más pero ella seguía ahí, en el teléfono público, sin hablar y sin depositar monedas.

-Oye Jose Luis, ¿te has fijado en esa chica de aya?- le dije a mi amigo mientras lo sacudia para llamar su atención.

-Que tienes esa chica- me respondió.

-Esta parada ahi hace mas de 40 minutos sin decir nada.

-Tal vez esta hablando con su novio, dejala en paz ademas a ti que te interesa lo que haga.

Poco despues de que Jose Luis dijera eso, pude notar que la chica colgó el telefono, solo después que una sonrisa se marcara en su rostro.

-Mierda, vamos a ver- le dije a Jose Luis, empujándolo para que avanzara.
Pero grande fue mi sorpresa cuando nos dimos cuenta de que el teléfono que ella estaba utilizando estaba descompuesto y al parecer, hace mucho tiempo.

-Tal vez es una enferma mental- me dijo Jose Luis sin importarle mucho.
Unos minutos después llego mi amigo Dayer y nos fuimos a ese lugar, del cuál no les puedo dar información.

Al día siguiente, fui a llamar desde un teléfono público a mi papa ya que necesitaba que me lleve a un lugar que no conocia para una entrevista de trabajo. Como yo vivía cerca de la ubicación del teléfono público desde donde llamaba esa misteriosa chica, pasé por ahi solo ppor curiosidad.

Ahí estaba. La misma chica hablando o escuchando, o creyendo escuchar desde el telefono. ”Esta loca” pensé, y busqué otro teléfono público desde donde llamar a mi padre. Pero mi naturaleza desde pequeño siempre había sido la de ser curioso, siempre me atrajo el misterio, el terror y cosas que necesiten valor para demostrarse, esta era una de ellas y yo lo sabía, como tambien sabía que ella no estaba loca, o por lo menos no tanto. Al día siguiente decidi sentarme en el parque y ver si llegaba. Llegé a las 9 am puesto a que las dos veces que la vi fue poco después de las 10 am y a las 10:30 am, entonces creí que vendría más temprano. Hasta que a las 9 y 35 llegó. Tomó el telefono, y púso una moneda. Se quedo callada. Puse a andar un cronometro para tomar el tiempo en que demoraba esa llamada. Mis ojos eran seducidos una vez más por el sueño pero mi convicción era mas grande y luche por mantenerme despierto hasta que esa chica soltara el teléfono.

Exactamente a la hora volvió a sonreir y soltó en telefono. 1 hora. 1 hora que demoró la llamada y solo púso una moneda. La curiosidad me mataba, entonces decidí esperar hasta que se fuera de mi vista, para correr al teléfono y esta vez hacer yo una llamada. Hize lo mismo, puse una moneda y espere. El telefono como siempre apagado ¿cual era el truco?, como tenia una hora decidi dejar el telefono de tal manera que no se corte la llamada, despúes de todo como esta alogrado nadie se preocuparia de devolverlo a su sitio. Minutos antes de que llege la hora, volví y cojí el teléfono. Ya solo faltaban segundos para cumplir la hora y descubrir si ciertamente esa chica era una enferma mental, o si el teléfono, pues, no era inservible despúes de todo. Fué grande mi sorpresa cuando al cumplirse la hora escuché una voz gruesa que me hizo saltar.

-Pardos- dijo la voz que no volvió a repetir ruido alguno. Me quedé con el telefono en la mano. Una voz. Una hora despúes una voz me dijo ”Pardos”, pero ¿que significaba lo que me dijo?

Al llegar a casa me llamaron los de mi entrevista de trabajo, y me dijeron que me habían aceptado, que empezaria a trabajar la proxima semana y que el día de mañana debia acercarme para firmar el contrato. Estaba realmente contento por la nueva oportunidad que se me daba cuando sono mi celular, pero esta vez eran de otra empresa, de Pardos Chicken, y como tambien habia enviado mi curriculum a ellos, me llamaron para una entrevista. Pero ya tenia trabajo asegurado, deberia decirles ”no gracias” o simplemente colgarles. Cuando hiba a hacer eso, me acorde de la voz del teléfono público. ”Pardos”. No perdia nada en ir e intentar.

Fue lo mejor que pude hacer. Resultó que el puesto que me ofrecian tenia mas beneficios que el trabajo al que ya me habían aceptado y tenia mucha mejor paga. Así que decidi quedarme con Pardos. Estaba realmente agradecido con la voz del teléfono público que decidi volver a visitarlo. Ese mismo día se me habian perdido 5 soles, pero no les di importancia, todavia tenia un sol para llamar desde ese teléfono público. Hize lo mismo, deposite la moneda, deje el teléfono, me fui a descansar, y volvi en una hora. Al llegar, volvi a escuchar la voz, solo que esta vez me dijo con un tono entrecortado ”En-el-patio”.

Colgé. Rápidamente fui a casa y vi el patio. No había nada, excepto algo brillante en medio del pasto, una moneda de 5 soles, seguro se me debio haber caido mientras llegaba a casa y no lo escuche porque el pasto no hizo sonar su caída. Estaba tan agradecido con ese telefono, que comenze a utilizarlo para todo. Si se me perdía algo recurria a el, si debia tomar una decision recurria a el, ya casi se había convertido en un amigo intimo para mi, aunque claro, no le conté a nadie lo del teléfono, ni si quiera a mi familia. Todo hiba bien, de maravilla, hasta que llegó ese fatidico día. Bueno, yo hiba a comprar tranquilamente a la tienda que estaba a la vuelta de mi casa cuando me tope con ella. Era la chica que vi por primera vez usando ese telefono público. Yo segui caminando pero ella se me puso en medio y me dijo ”No vuelvas a usar mi telefono” y se fue. Bah! no le hiba a hacer caso, es un teléfono público y todos tienen derecho a usarlo. Además si lo volvia a usar que hiba a hacer ¿llamar a la policia? por un momento vacilaba con esos pensamientos sin darme cuenta en el lio que me había metido.

Ese mismo día, después de usar el telefono para saber que juego descargar a mi computadora, vi a esa chica de lejos. Ella estaba mirandome atenta desde una esquina, y wao, si que parecia fuera de orbita. Estaba como drogada, tenia una mirada fuerte, y al ver que yo la vi, corrio hacia mi. Rayos estaba sangrando, tenía cortes por todos sus brazos y piernas. Ella corria de una manera alocada, a la par gritaba desmesuradamente ”MI TELEFONO MI TELEFONO DEJA MI TELEFONO TE LO ADVERTI” mientras corria como si no le importara que un carro la atropellara al cruzar la pista, como si yo fuese su objetivo, su prioridad para clavar esas tijeras que llevaba en su mano. Sin pensarlo dos veces corri. No podía volver a casa, ella me seguiria y sabria donde vivo, ¡seria peor!.

Eran aproximadamente las 6 de la tarde y no había casi ningún alma en la calle a quien pedir ayuda. Pero como yo era muy rápido logre perderla, fue en ese momento que una idea llego a mi mente. ¡Ya se! me dije, utilizaría el telefono para saber como deshacerme de ella o como calmarla, lo que sea que me diga el teléfono sera sobre ella y me ayudará, después de todo, siempre me dice cosas que debo saber. Deposite una moneda, lo deje colgando, rápidamente me escondí en el parque, en una pequeña habitacion donde se hallaban las herramientas del conserje de la municipalidad y cerré con llave.

Al pasar una hora decidí asomarme a ver si la chica estaba por ahi, al ver que no estaba, corri rápidamente al teléfono público. Solo faltaban dos minutos. ¡Rayos! debi salir cuando solo faltaran segundos. Espere dos minutos con el corazon en mi mano, volteando y girando a ver cada calle y cada extremo de la pista haber si se acercaba esa extraña muchacha deseando escuchar esa gruesa y entrecortada voz emergiendo del teléfono público. Llegó el momento y pegue mi oido al teléfono, dandome cuenta lo mucho que había llegado a depender de el ultimamente y que por culpa de ese teléfono mi vida estaba colgando de un hilo.

Escuche su voz, esa voz que siempre me había ayudado, esa voz que me tenía encadenado a su dependencia, voz sabia a la que recurria en momentos de necesidad, me alegre al oirla una vez más, aunque al terminar de escucharla me di cuenta de que todo era en vano, y que esa voz me podia decir que camino tomar pero no alterar el camino, mostrarme la manera de resolver el problema, pero no resolverlo. No recuerdo nada más despúes de haber escuchado la voz salir de el teléfono público, tal vez todo paso tan rápido que ni siquiera lo sentí, solo recuerdo lo que la voz me dijo: ”Detras-de-ti”.

Fuente: creepypasta.com

Sarcasmo del Maligno


Quienes presenciaron la tragedia, aún sufren escalofríos al recordarlo, y como no, si la mayoría eran madres, padres y hermanos de los desafortunados.

Era una tarde de agosto, calurosa y tranquila en campamento Río de Janeíro. El río, a causa de la sequía veraniega no estaba profundo y de la usualmente fragorosa cascada apenas caían unos tímidos chorros, los necesarios para no secar el pedregoso lecho. Estaba por anochecer y a la luz del ocaso la congregación entonaba dulces cánticos espirituales, mientras por la rivera desfilaban cinco jovencitos ataviados en uniformes blancos y verdes sobre los que relucían las meritorias insignias de Los Conquistadores. Todos ellos sonreían nerviosos cuando se adentraron en las frías aguas, que apenas les cubría las rodillas. El pastor los siguió biblia en mano, dispuesto a celebrar el bautismo. Los cánticos cesaron para cederle la palabra al Ministro del Señor y justo cuando iba a abrir la boca, un sordo estruendo desde la cima de la cascada ensombreció el ánimo de todos los presentes, quienes con expectación dirigieron su mirada hacia al punto mencionado para descubrir que estaba pasando y durante unos segundos, tan sólo pudo oírse el débil eco de aquel ruido. Entonces ocurrió: por la cascada se precipitó una avalancha de agua turbia, barrosa, que arrastraba consigo filosas piedras y troncos de árboles de considerable tamaño que convirtieron la caída en un furioso remolino que desmadró el cauce. La muerte se desplazó vertiginosamente. Ni los Conquistadores ni el pastor lograron alcanzar la ya inundada orilla pues antes de dar el primer paso ya habían sido derribados por la corriente que los arrastró hasta el fondo. Los de la orilla también cayeron, pero fueron expulsados hacia afuera. Los gritos de los infelices impregnaron el aire. Manos, pies y cabezas ensangrentadas se asomaron por entre los remolinos del alud, sacudiéndose con desesperación antes de ser ocultados de nuevo por el lodo. Durante cinco minutos, todo fue confusión. Luego, el río recobró su pesadez, aunque no la transparencia de sus aguas.

Durante días fueron buscados los cuerpos, pero no hallaron siquiera girones de ropa. Extrañamente lo único que pudieron hallar  fue la arruinada biblia del predicador, que se atoró entre las ramas de un árbol que se arqueaba sobre las aguas. Pero no hubo cadáveres que enterrar, tan sólo un misterio que perduraría a través de los años pues nadie nunca pudo determinar que había provocado aquella ola gigantesca. Y así, la triste noticia que ensombreció los titulares terminó por convertirse en una más de las leyenda urbana que los acampantes de Janeiro contaban en sus noches de insomnio. Fue así como me enteré de ella, una viernes en la noche, en una cabaña atestada de desconocidos que achacaban aquella tragedia a las malas artes del Diablo, la versión que la Iglesia marcó como oficial para las siguientes generaciones.

Aquella noche de diciembre, tras oír cuentos insanos sobre niñas fantasmas que acechaban los baños de los varones, o de susurros que provenían de la oscuridad, me lo pensé dos veces antes de ir a orinar, pero como tampoco quería pasar la vergüenza de sufrir un accidente, me armé de valor y salí a los sanitarios, que se hallaban a menos de cincuenta metros del dormitorio. Hacía un frío de los mil demonios y el viento era algo fuerte, lo cual provocaba que los árboles se mecieran violentamente, aumentando el aspecto sombrío de los corredores sin luz. Oriné de prisa, mirando de reojo continuamente por si el infantil espantajo hacía acto de presencia, pero afortunadamente no fue así. Todavía temblando de frío (y miedo) opté por no lavarme las manos y apuré mi regreso a la cabaña, no sin antes mirar involuntariamente a mi alrededor y un poco más allá. El alma se me fue a los pies cuando mis ojos se detuvieron frente al edificio que servía como comedor: afuera, junto a las puertas, formados en una perfecta fila india, cinco muchachos ataviados con un pantalón verde y una camisa blanca repleta de insignias esperaban como hacíamos nosotros cada mañana, que nos permitieran acceder al desayuno. Tenían todos las miradas perdidas y en sus rostros había rasguños sangrantes provocados por las filosas piedras del fondo del río.

-       Te ríes de tu obra ¿verdad?- pensé y temiéndo recibir una respuesta, puse pies en polvorosa. No sé como hallé el camino pero corrí velozmente hacia la cabaña, donde casi entré de un salto, cerrándo con un portazo.

-       ¿Se te apareció la niña? – preguntó uno de los muchachos tras una carcajada.

Tardé mucho en recuperar el aliento, sudaba frío y quería vomitar. Todos me miraban entre divertidos y atemorizados murmurando cosas entre ellos, sin saber que pensar al respecto. Finalmente, mis pensamientos se aclararon en medio del espanto.

-       El diablo les manda saludos – solté secamente imponiendo silencio. Me escurrí hasta mi litera y me envolví en las sábanas, negándome a cerrar los ojos para no mirar a esos demonios transfigurados en niños, cuyos rostros espectrales se asomaban ya por las ventanas del dormitorio.

Fuente: creepypasta.com

Umbra


La luz de sol, inundada de partículas invisibles, penetró por la ventana de la habitación y golpeó el rostro inexpresivo del durmiente cuya alma, al cálido contacto, se arrastró desde las profundidades del inconsciente para despertar a la realidad de todos los días. Una y otra vez abrió los parpados y la misma cantidad de veces se topó con un muro de penumbra que no le permitió ver más allá de su primer pensamiento del día.

El terror se apoderó de todos y cada uno de sus sentidos. Comenzó como una revoltura en su estómago, que pronto se transformó en una helada sensación que le recorrió la espina dorsal, se extendió a los miembros y se expulsó a si mismo bajo la forma de un helado sudor. Al mismo tiempo, los pensamientos se desbocaron sin orden ni razón con una velocidad pasmosa, aniquilándose entre ellos hasta que sólo quedó una sola idea funesta: me he quedado ciego.

Nadie más había en la casa. Un silencio aplastante se extendía por todos lados, asfixiándo al pobre invidente quien totalmente paralizado en todas sus funciones se hallaba tumbado sobre la cama, llorando en silencio ante su desgracia intensificada por la persistente soledad que al igual que un maligno demonio, se colaba en cada suspiro, alimentándo la desesperación y la impotencia del desgraciado, que totalmente indefenso, pronto intentó vomitar tan colosal desgracia.

Los minutos se transformaron en horas. Las lágrimas se acabaron pronto y tras aquella tempestad de emociones quedó una calma engañosa, una incertidumbre intermitente que sin embargo, aclaró un poco las ideas del ciego. Lo primero que se le ocurrió, fue pedir auxilio. Se levantó de la cama y se puso en pie, buscando sin éxito las sandalias. El frío del piso le pareció terriblemente insoportable. Se quedó quieto un momento, tratando de orientarse en la oscuridad trazando un mapa mental a base de recuerdos imprecisos que lo llevaron directo hacia donde no debía, pues terminó por tropezarse con una silla que casi nunca estaba en el lugar donde la encontró y que lo llevó a impactarse contra el suelo, recibiendo el mayor daño a la altura del estómago, lo que lo dejó sin aire varios angustiosos segundos. No le quedó pues más remedio que intentar arrastrarse hacia donde no sabía y terminó por chocar esta vez contra la húmeda pared de quien sabe cual lado de la sala, la cual parecía extenderse infinitamente hacia cualquier parte. Decidió pues quedarse donde estaba, hasta que algún familiar llegara para prestarle auxilio.

No podía comprender que significaba tal desgracia. Lo meditó, al principio con paciencia, recordándo cualquier indicio que le hubiera presagiado aquel indeseable estado. Indefenso sobre el piso preguntó a Dios en una plegaria qué había hecho para merecer tal situación, y la única respuesta posible fue el eco de sus propios pensamientos sombríos, que le hablaban de muerte, de abandono, de desprecio y de hastío mientras giraban descontroladamente en su interior. Aunque intentó acallarlas, su propia voz, multiplicada en muchas, resultaron ser más fuertes que su voluntad. Sin embargo, una voz desconocida, seca y amenazante se elevó por encima del bullicio y sembró una duda en el corazón. “Dios es el culpable” gritó “él es el único responsable de lo que te pasa”. El miedo dio paso a la ira, un enojo irracional que hizo al ciego maldecir su propia vida. “No te daré el gusto” pensó y con fuerzas renovadas reptó por el frío suelo abriéndose camino con una coraje inusitado.

Llegó a la cocina, la cual reconoció por el aroma a grasa añeja que pululaba en el aire. Reincorporándose con gran agilidad empezó a tentar el comedor y el fregadero, buscando un algo de lo que no estaba seguro. Derribó muchas cosas a su paso, pero estaba fuera de sí, poseído por una sola obsesión, que a su vez estaba sasonada por las mismas voces funestas que lo perseguían a donde quiera que iba.  Finalmente, su mano chocó contra una afilada punta de metal. Con las yemas de los dedos, el ciego recorrió el artefacto hasta reconocerlo como un cuchillo.

“Serás una carga para mí” oyó decir a su madre, aunque ésta no se encontraba allí. “Allí tienes el pago de todo lo que has hecho” dijo la agresiva voz. “Ciego por el resto de su vida” se dijo él mismo. Alzó el cuchillo tan alto como su brazo lo permitía y lo dirigió contra si mismo.

Fue todo muy rápido. El filo cortó la carne y le hirió el alma. El dolor, si es que lo hubo, fue un fugaz estremecimiento que lo tumbó de espaldas. La sangre brotó con fuerza y rodeó su cuerpo como un aura maldita. De nueva cuenta, un frío sobrenatural que partía de la herida se extendió por todo su cuerpo y le aturdió el cerebro cauterizando los pensamientos y las ideas funestas. Sólo hubo silencio. Pero no el silencio angustiante de antes. Esta vez era una agradable ausencia de sonidos que lo hacía estar muy en paz. La penumbra que hasta entonces había cubierto sus ojos impidiéndole ver, se fue desdibujándo hasta revelar el mundo a su alrededor. La ironía le golpeó de llenó el rostro y fue lo último que sintió antes de morir.

Fuente: creepypasta.com

El escritor


8 de mayo: Ni siquiera sé por qué estoy escribiendo esto. Siempre odié los diarios íntimos, me parecen de púber en celo. Quizá tenga miedo y por eso escribo esto para estar seguro, para poder rever lo que está pasando, o para, sencillamente, escaparme. Ryleh. Acá puedo escribir sin que me influy… ya estoy hablando pelotudeces. Bueno, sencillamente escribiré lo que pase, por las dudas. Necesito salir a comprar, se me está acabando la comida.

9 de mayo: Seguí escribiendo mi novela, y ahora ocurre más frecuentemente. Desde hace unos días, cada vez que escribo en la computadora le erro a ciertas palabras, como si tuviese dislexia. Bueno, no exactamente eso, son palabras crípticas, como “moscas”, “trono” o “simbiosis”. Lo extraño es que están totalmente  descontextualizadas, como si mi mente divagase y escribiese esas palabras sin darse cuenta; me percaté de esto cuando corregí mi primera hoja. Necesito concentrarme más. Tengo que ir sangre a comprar.

11 de mayo: Hoy me desperté, miré el calendario y descubrí que, o bien dormí todo un día –algo totalmente imposible – o alguien jugueteó con la fecha. Me acosté en la noche del nueve de mayo, y al despertarme era once. No es solamente el calendario; en todos los lugares en los que me fijé (incluyendo internet) es once de mayo. Debo salir de casa, despejarme, sacrificar. Me quedan un par de paquetes de fideos solamente, debería ir al almacén.
Estoy preocupado, no sé cómo pude dormir más de 24 horas, si es que eso sucedió.

12 de mayo: Estoy pensando en dejar de escribir muerte. Ahora esa clase de palabras que mencioné antes son más comunes, aún en oraciones que no tienen absolutamente nada que ver con el concepto que expresan. La más repetitiva en este día fue “etéreo”. Pareciera como si esas palabras no viniesen de mí. La calidad de mi libro se ve afectada, cada tanto hay una palabra que desentona y tengo que corregir el texto a cada rato, se torna frustrante. Debo ir a tomar aire y al almacén.

13 de mayo: Escucho un pitido oscuro que proviene del  fondo de mi casa. Ahí guardo los trajes que jamás uso… debería ir a revisar, pero me siento muy cansado. Hoy no escribí nada, pero me sorprendí escribiendo las mismas palabras intrusas en la mesa mientras almorzaba. Descubrí que necesito tener un lápiz o lapicera de silencio en la mano todo el tiempo. Tendría que ir al almacén.

14 de mayo: Mi internet y mi teléfono no funcionan. Cuando entro a mi explorador, la página de inicio es un foro que termina en “.ua”. Creo que es el dominio de internet perteneciente a Ucrania,  donde el caos y el silencio son uno, pero no estoy seguro. Como decía, este parece ser un foro literario, en el que se suben cuentos. Miré un par, y descubrí que todos son bastante incoherentes: mantienen un hilo de narración, pero con palabras que no tienen que ver con las oraciones.
Justo como me está pasando a mí.
Es bastante raro que sea a la única página que puedo entrar. Ni Google, ni Facebook, ni Hotmail, ni cualquier otra, solo esa. El teléfono no hace ningún ruido.
Estoy bastante asustado, debería salir. Casi no tengo comida.
El pitido aumentó en intensidad. Me acerqué, y creo que proviene de un ropero viejo en el que guardo mis trajes que nunca uso. No voy a abrir esa puerta por nada, me da escalofríos demonios.

17 de mayo: Subí un cuento a la página. Estuve tres días consecutivos escribiéndolo, casi febrilmente. No paré a comer, no paré a ir al baño, solo dormí durante exactamente ocho horas diarias. Cuando lo releí, me sorprendí de ver nuevamente las palabras incoherentes, pero las dejé; ahora que lo pienso, se ven estéticamente bien. Decidí dejarlas. Quedaron bien. Las dejé.
Debería ir a comprar comida. O no, creo que estaré bien, necesito seguir escribiendo.

19 de mayo: Estoy escribiendo esto en un momento de cordura, quizá sea mi última entrada. Lo que está en el ropero, sea lo que sea, se está apoderando de mí, y no soy el único. Escritores y lectores de todo el mundo están en esa página, escribiendo lo mismo que yo. Tengo la hipótesis de que es un experimento radial –el pitido es cada vez más fuerte – pero puede ser cualquier cosa, CUALQUIER COSA. Ayer escuché ruidos raros, como si algo saliese del ropero fuego: también escuché pasos. Ya casi no influyo en lo que escribo, las palabras y el cadáver surgen como si me las dictasen. El pájaro sin ojos no muere si la muerte fallece antes.
Cuando escribo acá no me influyen. Por eso escribo esto, para que alguien lo lea si me pasase algo. No voy a seguir así. Tomaré muerte coraje e iré al ropero. Quema y descubriré lo que pasa.
No debo salir. Tengo que salir, pero no quiero. Debo salir.

21 de mayo: En la tiniebla se mueve, danzado como un enloquecido, llegué al ropero pero no me atreví a abrirlo. Tiempo, lujuria, hermandad de sangre. Debo salir, pero no quiero. Hace tres días que no como, y la sangre me llama desde el suelo. Ya subí tres cuentos a la página, y necesito hacerlo. Las moscas son su ejército, la podredumbre su casa.
Ayuda. Debo salir.

23 de mayo: “…Y de entre las sombras de la historia volverá, montado en su ira y su venganza. Castigará a los mortales, despertará al que duerme en Ryleh. Ni los eones hacen mella en él, porque no vive, no puede morir. En tumbas de granito descansó, solo para inflamar su enojo y su sed, su sed eterna que consume a todo aquel que se atreva. El báculo en su mano es la perdición, la espada en su cinto es la muerte. Multiformes vidas llevó, solo para engañar a la patética raza de la tierra, vanidosa y henchida de orgullo. Despertará, y la raza de la tierra llorará sangre. Trae perdición, el señor de las sombras…”

Fuente: creepypasta.com