jueves, 17 de mayo de 2012
El viaje (Parte III)
-¿Que sucede, cariño? ¡Parece que hubieras visto un monstruo!- me dijo, con una sonrisa traviesa.
-Eva… ¡Eva! ¿Estoy soñando todavía? ¡Por Dios, dime que no es un sueño!- dije, entre lágrimas.
La cara de Eva denotó sorpresa y preocupación.
-Angie, ¿qué tienes? ¿qué pasa? ¡Mírame! ¡Tranquilízate, por favor!- comencé a sollozar y ella me rodeó con sus brazos al verme que lloraba sin control y estaba temblorosa como una hoja.
-¡Eva, tenía tanto miedo! ¿Dónde estabas? ¿Dónde está esa desgraciada vieja?
-Angie… me estás asustando. ¿De qué hablas? Estábamos en el pueblo, tu dormías… ¡Tú eres la que se había perdido! Me tenías tan agustiada… ¿Qué es lo que pasó? ¿Qué recuerdas?
-Nada, yo… estábamos en el agua… y… tuve pesadillas… ¡horrendas pesadillas! Vi monstruos, criaturas asquerosas, ¡y cuando desperté no estabas! Yo estaba sola a orillas del pantano… Dios, me duele todo- dije, y me acomodé en su regazo. Ella acarició mi frente con ternura y me dio un beso.
-A ver, cariño… Lo primero que hay que hacer, es ponerte algo de ropa. No es de señoritas decentes andar corriendo desnudas por ahí, ¿sabes?
Ella se veía tan normal. Tan fresca como si nada hubiera pasado. Se había puesto ropa limpia y traía consigo una pequeña mochila, de la que sacó algunas prendas que me ayudó a ponerme. Yo me sentía débil, y profundamente perturbada aún.
Aún nos quedamos tiradas en el suelo un tiempo indefinido. De repente, cambió de expresión, y me dijo:
-Es mejor que nos vayamos. Pronto caerá la tarde y por aquí obscurece más temprano. No conocemos bien la zona, y puede ser peligroso. Anda, levántate. Yo te ayudo- me sonrió.
-Pero… pero…
-Pero nada, cielo. Anda. Haz lo que te digo.
Estaba confundida y con un sopor producto del desgaste emocional del cual había sido presa poco antes. No le discutí más. Nos levantamos y comenzamos a caminar.
Durante el trayecto, pude notar que Eva se veía… diferente. Llena de energía. Su paso era firme y decidido, incluso iba canturreando algo, dando pequeños grititos y haciendo ruiditos de satisfacción. De vez en vez, volteaba a su alrededor, como buscando algo. Cuando notaba que la veía fijamente, sólo sonreía y me hacía guiños con los ojos.
El camino hacia el pueblito fue largo, una caminata mayor de la que recordaba. Me daba la impresión de que habíamos rodeado mucho más de lo necesario, pero Eva aseguraba que así era mejor. Me daba la impresión de que conocía los alrededores mejor de lo que decía. Pero ¿cómo era eso posible?
Cuando finalmente llegamos, mis pies estaban tan hinchados que sentía que hervían y que reventarían en cualquier momento. Mi primera sensación fue de inquietud. Un tremendo presagio me hacía mantenerme alerta. El instinto, o quizá el sexto sentido, me decía que algo no andaba nada bien.
Por principio de cuentas, no había nadie. Absolutamente nadie. Las casas estaban vacías, y se notaba a leguas que había pasado algo. Algunos muebles fuera de su lugar. Parecía como si hubieran partido con grandes prisas. Le comenté a Eva lo raro del asunto, ella solo se encogió de hombros y comentó que poco antes de que ella saliera a buscarme, todos se habían ido al monte, a celebrar alguna especie de festividad propia de la región. Su respuesta parecía… algo que se hubiera sacado de la manga. Pero como no tenía razones para mentirme, le creí.
Juntamos nuestras cosas –no eran muchas- y nos dirigimos hacia la camioneta. Eva jamás manejaba, pero me pidió hacerlo. “Te ves cansada” explicó. Le di las llaves, nos subimos y emprendimos el camino de regreso a casa. Nuevamente, Eva se veía extraña. Con una especie de confianza que no era habitual en ella. Conducía de manera agresiva, e iba acelerando cada vez más, hasta que excedió considerablemente el límite permitido.
-Tranquila, sé lo que hago- me dijo con una mueca burlona al notar mis ojos de alarma cuando vi que íbamos a más de 260km/h.
En poco tiempo llegamos a la ciudad. Mi celular volvió a tener señal, y yo por fin me sentía en mi ambiente. A salvo. Estábamos a unos cuantos minutos de llegar a casa.
Eva seguía canturreando esa tonada rara de hacía unas horas, mientras yo dormitaba. Las pesadillas no me abandonaban, monstruos sin rostro se peleaban por mi carne, cada uno intentando devorarme por completo. Abría los ojos a medias, y veía a Eva. ¿Se veían sus ojos más grandes y obscuros de lo normal?
De repente, desperté sobresaltada.
La canción era la misma que había entonado la anciana en el ritual, la noche anterior.
Fuente: creepypasta.com
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